/ miércoles 28 de agosto de 2024

Consummātum est

Rocío Nahle avanza en el tablero que tiene, no en el que la tribuna quisiera. Y al correr de las semanas su figura se consolida.

En la transición, públicamente Norma Rocío corre en al menos dos pistas, escenarios en los que cada uno de sus actos está expuesto a todo tipo de interpretaciones de la comentocracia (que incluye a las voces abiertamente morenistas y a que los guindas de clóset).

En las campañas suele ocurrir que las multitudes estrujan a quien sostiene la candidatura. En estas inéditas giras, la candidata triunfante toma plena conciencia de la herencia que recibe: una expectativa recargada, un compromiso de cumplirle a Veracruz.

Rocío Nahle tendrá un gabinete de transición al que irá quitando piezas en la medida que las coyunturas se lo permitan. Ella está acostumbrada a resistir y luego imponerse. Tiene la energía para ello. Y lo está demostrando.

En una de mis recientes columnas reconocí de la gobernadora electa Norma Rocío Nahle García, por seleccionar a algunos de los miembros de su gabinete basándose en su conocimiento, experiencia y preparación, en contraste con la tendencia de priorizar la popularidad de los servidores públicos. Este enfoque podría representar un cambio positivo hacia una administración más técnica y menos influenciada por la imagen pública. Además el uso de la imagen pública como herramienta política ha tenido repercusiones en la toma de decisiones gubernamentales.

En diversas partes del mundo, la popularidad mediática se ha convertido en una cualidad valorada en la política.

Hago un llamado a la gobernadora electa Norma Rocío Nahle, para que priorice la preparación y competencia de los servidores públicos sobre su popularidad, asegurando así que el gobierno se concentre en las necesidades reales de Veracruz.

La política debe estar al servicio de la sociedad, no de la imagen pública de sus líderes. Es hiperactivo que se construya una administración basada en la eficiencia, la transparencia y el compromiso genuino con el bienestar de todos los ciudadanos.

En otro contexto lo más normal, es que cuando una fórmula y las estrategias funcionan, se decida no cambiar nada de aquello cuyos resultados están más que probados. Así lo han demostrado las tradiciones y costumbres de la de cortesilla política que, durante décadas han ocupado lugares de privilegio en la administración pública. Y no se trata de hablar acerca de esa caprichosa simbiosis que suele establecerse entre la longevidad, el poder político y las dulzuras del presupuesto, sino de aquello que, justamente, lo hace posible.

En ese sentido, los cambios de sexenio suelen ser tan relevantes como, al mismo tiempo, un escenario para esa especie de teatro del esperpento en el que sus personajes suelen mostrarse como una colección de absurdos y tragicómicas caricaturas de aquello que, en otros tiempos, solía conocerse como honorabilidad. Y es posible que esto pueda entenderse bajo una lógica muy sencilla que, como siempre, suele resumirse en algunas de las frases populares con las que solemos descubrir ese doloroso camino, existencial y metafísico en el que ciertas heroínas y héroes del mundillo político suelen embarcarse, más allá de sus principios y su frágil humanidad, para librar esa batalla por construir país y un mundo cada vez más justo, en el que la transparencia en las decisiones del gobierno sea cada vez más evidente, en el que no exista ningún tipo de corrupción, que sean adalides de una educación referente de progreso científico, tecnológico y, claro, erigirse como faros en su lucha contra el crimen organizado sin una militarización de la vida pública. Vaya, ante el cumplimiento sin excusa y cabalidad de sus obligaciones no hay manera para agradecerles el inigualable trabajo que han realizado durante los últimos cien años.


Rocío Nahle avanza en el tablero que tiene, no en el que la tribuna quisiera. Y al correr de las semanas su figura se consolida.

En la transición, públicamente Norma Rocío corre en al menos dos pistas, escenarios en los que cada uno de sus actos está expuesto a todo tipo de interpretaciones de la comentocracia (que incluye a las voces abiertamente morenistas y a que los guindas de clóset).

En las campañas suele ocurrir que las multitudes estrujan a quien sostiene la candidatura. En estas inéditas giras, la candidata triunfante toma plena conciencia de la herencia que recibe: una expectativa recargada, un compromiso de cumplirle a Veracruz.

Rocío Nahle tendrá un gabinete de transición al que irá quitando piezas en la medida que las coyunturas se lo permitan. Ella está acostumbrada a resistir y luego imponerse. Tiene la energía para ello. Y lo está demostrando.

En una de mis recientes columnas reconocí de la gobernadora electa Norma Rocío Nahle García, por seleccionar a algunos de los miembros de su gabinete basándose en su conocimiento, experiencia y preparación, en contraste con la tendencia de priorizar la popularidad de los servidores públicos. Este enfoque podría representar un cambio positivo hacia una administración más técnica y menos influenciada por la imagen pública. Además el uso de la imagen pública como herramienta política ha tenido repercusiones en la toma de decisiones gubernamentales.

En diversas partes del mundo, la popularidad mediática se ha convertido en una cualidad valorada en la política.

Hago un llamado a la gobernadora electa Norma Rocío Nahle, para que priorice la preparación y competencia de los servidores públicos sobre su popularidad, asegurando así que el gobierno se concentre en las necesidades reales de Veracruz.

La política debe estar al servicio de la sociedad, no de la imagen pública de sus líderes. Es hiperactivo que se construya una administración basada en la eficiencia, la transparencia y el compromiso genuino con el bienestar de todos los ciudadanos.

En otro contexto lo más normal, es que cuando una fórmula y las estrategias funcionan, se decida no cambiar nada de aquello cuyos resultados están más que probados. Así lo han demostrado las tradiciones y costumbres de la de cortesilla política que, durante décadas han ocupado lugares de privilegio en la administración pública. Y no se trata de hablar acerca de esa caprichosa simbiosis que suele establecerse entre la longevidad, el poder político y las dulzuras del presupuesto, sino de aquello que, justamente, lo hace posible.

En ese sentido, los cambios de sexenio suelen ser tan relevantes como, al mismo tiempo, un escenario para esa especie de teatro del esperpento en el que sus personajes suelen mostrarse como una colección de absurdos y tragicómicas caricaturas de aquello que, en otros tiempos, solía conocerse como honorabilidad. Y es posible que esto pueda entenderse bajo una lógica muy sencilla que, como siempre, suele resumirse en algunas de las frases populares con las que solemos descubrir ese doloroso camino, existencial y metafísico en el que ciertas heroínas y héroes del mundillo político suelen embarcarse, más allá de sus principios y su frágil humanidad, para librar esa batalla por construir país y un mundo cada vez más justo, en el que la transparencia en las decisiones del gobierno sea cada vez más evidente, en el que no exista ningún tipo de corrupción, que sean adalides de una educación referente de progreso científico, tecnológico y, claro, erigirse como faros en su lucha contra el crimen organizado sin una militarización de la vida pública. Vaya, ante el cumplimiento sin excusa y cabalidad de sus obligaciones no hay manera para agradecerles el inigualable trabajo que han realizado durante los últimos cien años.