/ sábado 23 de noviembre de 2024

El afán de enseñar

La formación inicial de docentes es fundamental para sentar las bases cognitivas, éticas y estratégicas para que el docente desarrolle una práctica profesional pertinente, equitativa y de calidad. Esta formación es el punto de partida para desplegar una trayectoria de desarrollo profesional que continúa con la formación en servicio.

El INEE reconoce que la práctica docente ocurre en contextos complejos, por lo que se requieren políticas públicas que consideren dicha complejidad con el propósito de mejorar las condiciones y los factores que la afectan.

Cuando hoy hablamos de la formación inicial docente, entendemos que “la docencia es una práctica profesional con características y demandas específicas que requieren de una formación inicial sólida, centrada en el desarrollo de capacidades pedagógicas y en la construcción de una identidad profesional consciente y comprometida.

En México, las Escuelas Normales siguen desempeñando un papel fundamental en la preparación de futuros docentes, a través de un enfoque formativo que integra prácticas de observación, adjuntía y ejecución a lo largo del proceso de formación.

Este enfoque busca no sólo la adquisición de conocimientos teóricos, sino la vivencia y reflexión sobre la práctica educativa, un aspecto que resulta esencial para el ejercicio de la docencia como profesión” (Latorre, 2015) citado por German Iván Martínez Gómez.

Esa formación docente tiene historia. Al hacer un recorrido por el pasado de la educación y el desempeño de los maestros, debemos de tomar en cuenta que, con el restablecimiento del orden constitucional en 1917, se conformó una verdadera política social educativa, señala Eugenia Meyer en “Infancia en la memoria”, cuyo objetivo era insistir en el valor ético de la enseñanza: sustituir el concepto de instrucción por el de educación.

Había jardines de niños y primaria, dividida en elemental, de primero a cuarto grado, y superior quinto a sexto. Empezó entonces una impresionante labor proyectada por José Vasconcelos, quien en 1921 había de ser el primer secretario de Educación Pública.

Se reestructuró la enseñanza primaria, incluyendo los jardines de niños y una primaria integral de 6 años. Se procedió a originar un programa editorial sin precedentes, a fin de inundar al país de libros, y se constituyeron las primeras bibliotecas públicas.

Asimismo, reafirmando el espíritu laico de la educación, se generó la conmovedora experiencia de las misiones y los misioneros educativos, en un intento de hacer llegar la enseñanza básica a todos los rincones. Para ello se contó con un buen número de estudiantes universitarios de diferentes especialidades, que aportaron años de vida, tiempo y conocimiento, a fin de que se extendiera la labor alfabetizadora y educativa de la Revolución.

Se fueron sustituyendo las escuelas públicas por género y se integraron en mixtas e incluso cuando fue menester, se establecieron las aulas multigrado que subsisten a la fecha. Del modelo de educación positivista, se pasó al racionalista: una escuela de la acción, en la que el niño hace y aprende, a fin de tenerlo siempre en movimiento con unidades de trabajo.

La realidad mexicana obligaba a reconocer que muchos de esos niños provenían de hogares en donde los padres eran analfabetas y con frecuencia, incluso, no hablaban español, sino su propia lengua. Al mismo tiempo surgieron las escuelas nocturnas y los silabarios para obreros y campesinos, con los cuales arrancó la monumental y largamente postergada labor de proporcionar la formación básica a la mayoría de la población, hasta entonces en total marginación.

Por ello es fundamental recordar la creación de las escuelas rurales integrales, en donde los maestros conducían a los educandos a prepararse para otros menesteres del bregar diario, fuese la agricultura, el cuidado y atención de hortalizas y huertos, la curtiduría o la carpintería, por señalar algunos.

Se daría paso, tiempo después, a una educación socialmente orientada, fortalecida durante el gobierno de Lázaro Cárdenas en el loable intento de hacerla llegar a los lugares más remotos e inaccesibles, convertir al maestro en agente y gestor del cambio en la comunidad.

Empezó entonces la tarea permanente de capacitación de los maestros, y, muy poco después, los programas de construcción de escuelas en todo el territorio nacional. En 1950 se creó el programa de libro de texto único y gratuito, como instrumento para garantizar la enseñanza de los diferentes rubros del conocimiento sin distingos, ante la enorme diferencia social que existía y existe en el país.

Desde mediados del siglo XX el discurso pedagógico modificó la imagen del estudiante de ser un individuo al que había que contener y reprimir y obligarlo a aprender, pasó a ser alguien a quien la escuela puede darle mayores responsabilidades y confiar en sus capacidades.

En la actualidad la práctica profesional y saber pedagógico, tienen que ver con las planeaciones didácticas, un conocimiento del modelo educativo vigente (Nueva Escuela Mexicana) y de sus enfoques, métodos de trabajo, estrategias didácticas e instrumentos de evaluación, apunta Germán Iván Martínez Gómez. Además el dominio de los contenidos, el diseño de proyectos a partir de la lectura de la realidad, la identificación de situaciones problemáticas, la recuperación de los intereses de las y los estudiantes y el trabajo interdisciplinario.

También el control del grupo, la elaboración y uso de materiales y recursos didácticos, la gestión del tiempo, la organización del trabajo (individual y colectivo), y la implementación de acciones específicas para favorecer el pensamiento crítico y creativo.

Desde mi perspectiva, comenta Iván Martínez Gómez, la formación inicial docente no puede entenderse únicamente como un proceso de adquisición de habilidades operativas o técnicas. En su esencia, es un proceso formativo que debe resignificarse continuamente, ya que en ella se generan, como sostiene María Cristina Davini (2018), los cimientos de la acción educativa.

Para esta autora, la formación en la práctica docente es fundamental, pues permite abordar tanto el aprendizaje de habilidades prácticas como la comprensión teórica de los fenómenos educativos y la reflexión crítica. En este sentido, para que un docente pueda transformar la realidad educativa, necesita de una formación que le permita conocer (y comprender) las complejidades de los contextos en los que trabajará, así como desarrollar la sensibilidad y el juicio necesarios para tomar decisiones adecuadas.

“Por ello, la formación docente debe entenderse como una práctica profesional que va más allá del aula. Implica el desarrollo de capacidades reflexivas que permitan al docente analizar, cuestionar y adaptar sus prácticas según las necesidades de sus estudiantes y las particularidades del entorno.

Esto exige que los docentes en formación aprendan a enseñar, pero también que adquieran herramientas para enfrentar y responder a los desafíos educativos de manera contextualizada, lo cual es posible únicamente mediante una formación integral y crítica” que deben alentar las Escuelas Normales.

Diría Pablo Latapí sobre los retos del docente en formación y del actual docente derivados de la política educativa, entre otros: procurar la equidad de género en todos los textos, igualdad de derechos, promover la cultura de la prevención en salud, proporcionar educación ambiental y para el desarrollo sustentable, impartir educación sexual, enfatizando los aspectos psicológicos, afectivos y sociales, y promover la formación cívica y ética.