/ lunes 1 de enero de 2024

El deseo del Otro capitalista y el año nuevo

En la formalidad del año nos encontramos frente a lo mismo, un año que termina para dar surgimiento a otro que comienza. Nuestros pensamientos están condicionados por las fiestas que envuelven a los “inicios”, primordialmente por prácticas articuladas al deseo de un gran Otro capitalista y consumista que nos insta a comprar y asegurar nuestro sentido de placer con compras, objetos, artículos que apuntan a nuestra sensualidad como un texto que se deja leer por otro gran texto de control y bienestar. Y esto último, muestra que la formalidad de un “término” y de un “inicio” no está exento de la materialidad o contenido que le envuelve como hemos expresado antes, pues la sociedad incrementa en estas fechas de fin de año y el nuevo que comienza una suerte de satisfactores que se arraigan a las fibras más sensibles de la persona: los recuerdos, el afecto, los propósitos, los otros que le acompañan, los ausentes, entre otros aspectos.

Todo esto dirige el destino de una existencia humana que es completamente vulnerable y que muchas veces no sabe realizar distingos, pues la condición paradójica que la envuelve le hace resistencia a un pensamiento de la distinción, pues es muy difícil para ella –en algunas de las ocasiones– reconocer lo esencial de lo accidental, lo primordial de lo secundario, y, sobre todo, se pregunta: ¿cómo distinguirlos?, y, ante todo, ¿quién lo prescribe así de este modo o dónde encontrar tal criterio? Es decir, las fiestas están acompañadas tanto de afecto y alegría como de compras y cosas que provee el consumo, de tal modo que aquello que denominamos como “primordial” es tan sólo una cuestión de perspectiva, pues las intenciones se entreveran en una red de significaciones complejas, sin embargo, el problema es cuando se absolutiza alguna de las intenciones como la que idolatra los objetos del consumo con olvido de la persona como su referencia.

Como espero que se pueda comprender, los deseos del Otro capitalista están introyectados de tal suerte en nuestras prácticas y fiestas de año nuevo que se articulan las muchas de las veces con nuestros deseos, no como deseos propios sino como deseos más genuinos. Este deseo es proveniente de narrativas construidas en la tradición o historia de un pueblo, en las historias que nos han sido contadas y que hemos hecho nuestras, y estás son las que se cuentan la noche del año que termina para comenzar otro nuevo, y son estas “historias” las propias y las ajenas las que expresan un deseo, el deseo de pervivir, de perdurar. El problema en la actualidad es que el deseo del Otro capitalista termina ahogando el sentido de la fiesta y del júbilo, volviéndola una celebración vacía y trivial, pero no cabe duda de que existe un sentido de resistencia en la tradición que se opone a morir, y que incluso en el “morir” encuentra su re-nacimiento: el pliegue entre el fin y el inicio es una invitación a la transgresión y la sobrevivencia.


*Facultad de Filosofía UV


En la formalidad del año nos encontramos frente a lo mismo, un año que termina para dar surgimiento a otro que comienza. Nuestros pensamientos están condicionados por las fiestas que envuelven a los “inicios”, primordialmente por prácticas articuladas al deseo de un gran Otro capitalista y consumista que nos insta a comprar y asegurar nuestro sentido de placer con compras, objetos, artículos que apuntan a nuestra sensualidad como un texto que se deja leer por otro gran texto de control y bienestar. Y esto último, muestra que la formalidad de un “término” y de un “inicio” no está exento de la materialidad o contenido que le envuelve como hemos expresado antes, pues la sociedad incrementa en estas fechas de fin de año y el nuevo que comienza una suerte de satisfactores que se arraigan a las fibras más sensibles de la persona: los recuerdos, el afecto, los propósitos, los otros que le acompañan, los ausentes, entre otros aspectos.

Todo esto dirige el destino de una existencia humana que es completamente vulnerable y que muchas veces no sabe realizar distingos, pues la condición paradójica que la envuelve le hace resistencia a un pensamiento de la distinción, pues es muy difícil para ella –en algunas de las ocasiones– reconocer lo esencial de lo accidental, lo primordial de lo secundario, y, sobre todo, se pregunta: ¿cómo distinguirlos?, y, ante todo, ¿quién lo prescribe así de este modo o dónde encontrar tal criterio? Es decir, las fiestas están acompañadas tanto de afecto y alegría como de compras y cosas que provee el consumo, de tal modo que aquello que denominamos como “primordial” es tan sólo una cuestión de perspectiva, pues las intenciones se entreveran en una red de significaciones complejas, sin embargo, el problema es cuando se absolutiza alguna de las intenciones como la que idolatra los objetos del consumo con olvido de la persona como su referencia.

Como espero que se pueda comprender, los deseos del Otro capitalista están introyectados de tal suerte en nuestras prácticas y fiestas de año nuevo que se articulan las muchas de las veces con nuestros deseos, no como deseos propios sino como deseos más genuinos. Este deseo es proveniente de narrativas construidas en la tradición o historia de un pueblo, en las historias que nos han sido contadas y que hemos hecho nuestras, y estás son las que se cuentan la noche del año que termina para comenzar otro nuevo, y son estas “historias” las propias y las ajenas las que expresan un deseo, el deseo de pervivir, de perdurar. El problema en la actualidad es que el deseo del Otro capitalista termina ahogando el sentido de la fiesta y del júbilo, volviéndola una celebración vacía y trivial, pero no cabe duda de que existe un sentido de resistencia en la tradición que se opone a morir, y que incluso en el “morir” encuentra su re-nacimiento: el pliegue entre el fin y el inicio es una invitación a la transgresión y la sobrevivencia.


*Facultad de Filosofía UV