/ miércoles 13 de diciembre de 2023

Filosofía y reposo

Algunos de nosotros experimentamos en nuestro día a día como somos sometidos por un tiempo que se comprime, un tiempo eficaz pero fugaz. Es la experiencia de un tiempo en el cual las actividades son reducidas a “planificación” y “control”, marcado siempre por la eficacia y la idea de “productividad” –así como por los “indicadores” y las evaluaciones. El tiempo productivo condena a la desaparición del pensamiento: no hay tiempo para “pensar”.

Existen actividades que requieren de un pensar práctico, útil, inmediato, pero no son el pensamiento de la contemplación, de la creatividad, incluso del tiempo que requiere la filosofía para hacer surgir algo distinto, diferente, lo Otro. Hegel decía que la verdad surge en el desgarramiento, en las grietas y no en la hegemonía –diremos ahora– de un tiempo absorbente y asfixiante, donde los individuos participan de lo idéntico y no tienen tiempo de detenerse, de reflexionar, de dejarse cuestionar para pensar, y claro, es que “operar” y “funcionar” son verbos que están lejos de pensar y de vivir, al menos de un pensamiento y una vida que están por fuera de la hegemonía de lo unificado del tiempo.

La filosofía ha perdido un poco de colorido al tener que participar de las reglas de la productividad a la cual la academia se ha visto ajustada. Lo cual no quiere decir que no genere pensamiento, pero se ve casi siempre comprometida con la inmediatez. La filosofía necesita de un tiempo de reposo, de un tiempo que invite a pensar y no de aquello que le inhiba. Algunos de nosotros estamos a días de vivir las fiestas de Navidad y un nuevo año, o los días de reposo de sus actividades laborales o escolares. Se abre un momento de descanso, de espera, de reflexión, de fiesta, aspectos que desbordan lo que otros muchos están por vivir también, el tiempo del consumo, el mercado, la derrama económica –que dinamiza y sostiene a muchas familias.

Es la paradoja de nuestras sociedades, pues para algunos se abre un tiempo diferente, de contemplación, reflexión, en donde los lazos del tiempo se lanzan a lo eterno, mientras que otros intensificarán los días de trabajo y productividad; algunas actividades pueden mezclar el trabajo con la celebración, la productividad con lo familiar, la riqueza con la búsqueda de la caridad y la eternidad.

Reflexionando sobre la filosofía y el reposo advertimos de la paradoja que habitamos. Sin embargo, la filosofía requiere del reposo para su maduración como el capullo requiere de la maduración para su crecimiento y su belleza. De igual manera, no todo tiempo de reposo es por sí mismo bello o contemplativo, requiere de una alteridad que le invite a pensar y lo haga salir de sí mismo. Que estos próximos días permitan el descanso, pero también la reflexión, una comprensión de lo que somos, lo que seremos y lo que fuimos: somos tiempo, y el tiempo se escurre como agua entre nuestras manos.

Por Ramón López González

*Facultad de Filosofía UV

Algunos de nosotros experimentamos en nuestro día a día como somos sometidos por un tiempo que se comprime, un tiempo eficaz pero fugaz. Es la experiencia de un tiempo en el cual las actividades son reducidas a “planificación” y “control”, marcado siempre por la eficacia y la idea de “productividad” –así como por los “indicadores” y las evaluaciones. El tiempo productivo condena a la desaparición del pensamiento: no hay tiempo para “pensar”.

Existen actividades que requieren de un pensar práctico, útil, inmediato, pero no son el pensamiento de la contemplación, de la creatividad, incluso del tiempo que requiere la filosofía para hacer surgir algo distinto, diferente, lo Otro. Hegel decía que la verdad surge en el desgarramiento, en las grietas y no en la hegemonía –diremos ahora– de un tiempo absorbente y asfixiante, donde los individuos participan de lo idéntico y no tienen tiempo de detenerse, de reflexionar, de dejarse cuestionar para pensar, y claro, es que “operar” y “funcionar” son verbos que están lejos de pensar y de vivir, al menos de un pensamiento y una vida que están por fuera de la hegemonía de lo unificado del tiempo.

La filosofía ha perdido un poco de colorido al tener que participar de las reglas de la productividad a la cual la academia se ha visto ajustada. Lo cual no quiere decir que no genere pensamiento, pero se ve casi siempre comprometida con la inmediatez. La filosofía necesita de un tiempo de reposo, de un tiempo que invite a pensar y no de aquello que le inhiba. Algunos de nosotros estamos a días de vivir las fiestas de Navidad y un nuevo año, o los días de reposo de sus actividades laborales o escolares. Se abre un momento de descanso, de espera, de reflexión, de fiesta, aspectos que desbordan lo que otros muchos están por vivir también, el tiempo del consumo, el mercado, la derrama económica –que dinamiza y sostiene a muchas familias.

Es la paradoja de nuestras sociedades, pues para algunos se abre un tiempo diferente, de contemplación, reflexión, en donde los lazos del tiempo se lanzan a lo eterno, mientras que otros intensificarán los días de trabajo y productividad; algunas actividades pueden mezclar el trabajo con la celebración, la productividad con lo familiar, la riqueza con la búsqueda de la caridad y la eternidad.

Reflexionando sobre la filosofía y el reposo advertimos de la paradoja que habitamos. Sin embargo, la filosofía requiere del reposo para su maduración como el capullo requiere de la maduración para su crecimiento y su belleza. De igual manera, no todo tiempo de reposo es por sí mismo bello o contemplativo, requiere de una alteridad que le invite a pensar y lo haga salir de sí mismo. Que estos próximos días permitan el descanso, pero también la reflexión, una comprensión de lo que somos, lo que seremos y lo que fuimos: somos tiempo, y el tiempo se escurre como agua entre nuestras manos.

Por Ramón López González

*Facultad de Filosofía UV