Hemos ido por el paso y el transcurso de los días, hemos caminado con o sin destino fijo, vamos viajando por la eternidad del tiempo, en la gama de los colores que dan vida, o en los oscuros pasadizos donde hemos creído el perder a algún ser querido. Dándonos cuenta, percatándonos del dilema de la vida y su finalidad; y es por ello que luchamos aún en contra corriente, deshojando una flor por el camino, al contar los pasos del pensamiento, los arcoíris que han alumbrado a los seres eternos e indomables, los atardeceres, las noches que han cobijado nuestro sueño, al perdernos en lo más inhóspito de nuestras irrealidades.
Este viernes primero de noviembre tuve de despedir a mi prima Juanita Muñoz Roa, varios familiares le acompañamos, tenía 73 años, y así como ella partió y hubo de dejarnos gratos recuerdos de su carácter alegre y dinámico, así vamos despidiendo a otras personas familiares y amistades, conocidos, o gente cercana que tratamos tan sólo ligeramente. Una cosa es segura, que se va cumpliendo un ciclo vital en el devenir de nuestro tiempo, ya que nadie pidió el venir a éste mundo, y sin embargo aquí estamos. Hay teorías herméticas que señalan nuestra procedencia desde un todo universal y cósmico, e incluso se dice que cada quien elige a sus padres antes de venir al mundo; además traemos una encomienda en nuestra vida, unos decidimos evolucionar desde el ensayo y error, otros desde el pleno dolor, otros como luces fugaces pasan como sombras poco o nada percibidas, pero el hecho central nos habla de varias dimensiones que coexisten en éste preciso momento.
Me agrada el budismo, el espiritismo, un tanto el esoterismo y las ciencias ocultas, he podido imaginar que el creador absoluto de todo lo visible e invisible es indivisible. No me pliego a la letra, no voy al pie de lo que diga algún libro santo, o una biblia alterada, ya que la palabra de Dios es infinita, poderosa, indestructible, siendo él un poder no definible con palabras; en todo caso estamos ante un dilema entre el creer y el no vernos obligados a hacerlo, nuestro sistema de creencias ha desarrollado un anti-sistema de creencias, el cual radica en creer que nada existe, que solo es válido lo material, pero lo intangible y sobrenatural es cosa de dementes.
El ateo gracias a Dios, y el creyente en lo inmaterial y divino, comparten algo en común, a saber, lo es sus ganas por imponer su criterio a los demás, y en ello se incluye la percepción de lo finito y el infinito. Hay un ejercicio mental que consiste en relajarse y pensar recalcitrantemente en el infinito, lo he llevado a cabo e indefectiblemente he regresado más veloz que un rayo, con una energía que hace sudar el cuerpo, debido a que nuestro ser está limitado, somos trino y uno en verdad, tiempo, espacio y materia.
Día de muertos, los santos difuntos, las almas que regresan a visitarnos en esencia, presencia y potencia, ya que creo que lo visible e invisible coexiste, y no hay nada de aventurado en descubrir nuestro universo más próximo, es decir el mismísimo interior de nuestro ser, qué de malo puede tener el conocernos más y más nosotros mismos, por supuesto que no tiene nada negativo. Sin embargo, la ciencia, la religión, la filosofía, y los grandes iluminados como Jesucristo, Mahoma, los budas, los lamaístas, y demás factores de investigación de la vida y su indestructibilidad, han aportado lo necesario para que todo aquel que tenga fe, también tenga vida en abundancia.
Finalizar es equilibrar, la era del hielo fue necesaria para crear lo diferente, la evolución y el creacionismo han chocado en diferencias evidentes del dogma espiritual, del veredicto de la ciencia y sus recurrentes ensayos de pesar por ejemplo el espíritu humano.
Me alegro de nuestra tradición de muertos, me declaro Guadalupano. Ya que cuando Cristo le dijo al apóstol Juan: “He ahí tú madre, y señaló a María virgen”. Cristo mismo no negó la divinidad y la maternidad protectora de su propia madre.