El box es una confronta de igual a igual. Dos hombres. O mujeres. Mismo peso. Misma estatura. Misma condición física. Misma emoción. Misma ambición de vencer al adversario. Lo demás es cosa de la habilidad y del aguante, de la fortaleza y la técnica; de la estrategia, de la inteligencia y la agilidad mental para salir avante en una refriega de golpes potentes…
Golpes que son como ráfagas, como truenos, como martillos que dan en el pecho, en la cara, en el estómago, en el hígado de cada uno. Y que no deben darse -esos golpes- debajo del cinturón o cuando el otro peleador esté en el piso o por la espalda y tanto más que es regla de protección y de honorabilidad. Todo esto luego de una histórica reglamentación para regir cómo debe ser el box, como confrontación, como deporte y como espectáculo.
El box, el box, el box… espectáculo cruel e inhumano que se dice; o la lucha de dos seres humanos en la que utilizan su cuerpo para enfrentarse y para decidir al mejor de ellos en una pelea en la que sacrifican el físico y la mente, para ganar la gloria, el triunfo y colocarse en el umbral de la deidad.
En todo caso, el boxeo (del inglés boxing) o pugilismo, es un deporte de combate y un arte marcial en el que dos contrincantes luchan utilizando únicamente sus puños con guantes, golpeando a su adversario de la cintura hacia arriba, dentro de un cuadrilátero especialmente diseñado para tal fin; la pelea se lleva a cabo en breves secuencias de lucha denominadas asaltos y de acuerdo a un preciso reglamento, el cual regula categorías de pesos y duración del encuentro y otros aspectos.
Los boxeadores profesionales sacrifican el cuerpo en aras de demostrar su poderío, su capacidad, su aguante y obtener una muy jugosa ganancia económica cuando se ha conseguido el éxito y el reconocimiento del público que, en el box, todo lo exige, todo lo grita, todo le es poco.
Los boxeadores son “bofes” porque aguantan de todo en el ring, y fuera del ring en una actividad frenética de capacitación, práctica, ejercicio día a día sin límite de tiempo. Aun así, con frecuencia se les ve con la nariz quebrada, cicatrices en los párpados, en las mejillas. Y alguna vez a algunos les ha costado la vida a pesar de que hay reglas para protegerlos.
En la película “Pepe el Toro” (1953) de Ismael Rodríguez, Pedro Infante es el mismísimo personaje. En una de las frecuentes crisis económicas que vive en su pobreza busca refugio en el box. Al principio le va como en feria, pero cuenta con la ayuda de un buen amigo que lo encamina en este deporte-negocio, es Lalo Gallardo (Joaquín Cordero). Poco a poco “Pepe…” consigue triunfos en un recorrido por todo el país.
Regresa a la capital como boxeador victorioso y es entonces que tendrá que enfrentar al campeón de su peso, Lalo Gallardo, su amigo. En una pelea cruenta muere Gallardo. Mató por accidente a su amigo. Nunca se lo perdona. Aun así tiene que seguir y sigue, hasta convertirse en un gran campeón, en honor de su amigo muerto.
Películas mexicanas en las que se presenta al box lo mismo como un foco de victorias o fracasos, pero también de intrigas y venganzas. Es cosa de los guiones. Obras gloriosas como aquel “Campeón sin Corona” (1946) de Alejandro Galindo, basada en la vida de Rodolfo “el Chango” Casanova. “El gran campeón” (1949) de Chano Urueta. Y tantas más hasta llegar a “V de Víctor” (2024) de Frank Ariza.
¿El box es parte de la cultura nacional? No tanto. Pero sí es parte importante del gusto y la diversión de quienes encuentran fascinación por ver ganar a su boxeador preferido, a su ídolo púgil, a su triunfador… aunque luego, con alguna frecuencia, conozca la caída en desgracia de esa figura, debido a sus excesos…
O acaso esto ha sido parte del ciclo del boxeo en México. El anonimato, la lucha por conseguir un lugar en el espacio boxístico, el triunfo, la riqueza, la opulencia, los excesos, la pérdida de facultades, luego llegan otros con mayor impulso y más jóvenes, y luego de los excesos, la precariedad.
También es cierto que muchos de ellos han conseguido librarse de ese atavismo y han terminado su ciclo deportivo con todas las luces encendidas y con una vida sana y sin complicaciones:
Raúl “El Ratón” Macías fue uno de ellos. Nació en el barrio de Tepito, en el entonces Distrito Federal. En 1955 ganó el campeonato mundial de peso gallo de la Asociación Nacional de Boxeo -organismo precursor de la Asociación Mundial de Boxeo-. Ganó una medalla de bronce en los Juegos Panamericanos de 1951 y los VI Juegos Centroamericanos y del Caribe del mismo año.
Sus múltiples peleas a lo largo de su carrera profesional lo hicieron ser un ídolo de gran calado en el ánimo mexicano. Fue uno de los boxeadores más queridos por la afición y no sólo por su calidad profesional como también por su simpatía.
A “El Ratón” Macías se debe aquella emblemática frase que dijo al término de una pelea que ganó, pero con el rostro contrahecho y ensangrentado por la contienda afirmó que “Todo se lo debo a mi manager y a la virgencita de Guadalupe”.
Y como él, hubo en el boxeo mexicano muchos más. Y durante muchos años fue el deporte-espectáculo (que se convirtió en emporio), que más interesaba al público nacional después del futbol. Hoy ya no tanto.
Pero durante muchos años lo fue y fueron esos años en los que surgieron ídolos que son inolvidables en el gusto popular. Aunque, de pronto, al boxeo profesional u olímpico se le comienza a ver como un espectáculo extremo y peligroso.
Boxeadores a la altura del arte han habido en México: Julio César Chávez, Ricardo "El Finito" López, Carlos "El Cañas" Zárate, Rubén "El Púas" Olivares, el dicho Raúl "El Ratón" Macías, Salvador "Sal" Sánchez, Marco Antonio Barrera, Érik "El Terrible" Morales, Guadalupe "Lupe" Pintor, Lauro "Tigrillo" Salas, Juan Manuel "Dinamita" Márquez, Ultiminio "Sugar" Ramos (de origen cubano, aunque nacionalizado mexicano); Vicente "El zurdo de Oro" Saldívar, José "Mantequilla" Nápoles (cubano, nacionalizado mexicano), Jesús "Chucho" Castillo, José "Pipino" Cuevas, Daniel Zaragoza, Jorge "El Travieso" Arce y muy reciente Saúl "El Canelo" Álvarez, entre muchos otros.
De hecho es en 1943 cuando se organizó por primera vez en México el torneo de los "Guantes de Oro" de boxeo amateur. Éste tenía como objetivo formar jóvenes boxeadores para el boxeo profesional.
De estos torneos surgieron talentos como Fili Nava, Edel Ojeda, Ricardo "Pajarito" Moreno, José "Toluco" López, José "Huitlacoche" Medel, Memo Diez, Lauro Salas y José Becerra. Algunos de ellos lograron convertirse en campeones mundiales en sus distintas categorías: José Becerra y Lauro Salas, por ejemplo. Y uno de los púgiles más sobresalientes de esta generación es el tantas veces mencionado Raúl "Ratón" Macías.
Según registros, el boxeo es de origen africano y se remonta al año 6,000 a. c., en la zona de la actual Etiopía, desde donde se expandió a la antigua civilización egipcia y a las civilizaciones mesopotámicas. Se han descubierto bajorrelieves de la India con boxeadores en actitud de confronta y que datan del año 5,500 a.C y de ahí en adelante pasando por Grecia e Italia.
Ya en los tiempos modernos los primeros registros de una pelea de boxeo se ubica en Inglaterra en 1681: el duque de Albermarle organizó por primera vez un combate entre su mayordomo y su carnicero: ganó el carnicero… y no precisamente por sus buenos modales en la pelea… ejem.
En México la primera pelea de box fue en 1895, cuando el gobernador de Hidalgo, Rafael Cravioto, otorgó la autorización para que se realizara una pelea de box.
De ahí en adelante este deporte-espectáculo-arte marcial-empresa, se convirtió en uno de los más gustados por el público, sobre todo varonil, aunque también el público femenino gusta de los matches e incluso hay el box femenil con grandes boxeadoras y campeonas.
Los sábados por la noche íbamos a ver la tele. En la calle Unión. Era una ‘Admiral’ y a las 9 pm., transmitía “el box”. Treinta centavos por persona. Y ahí estábamos viendo las peleas en blanco y negro. Todos alrededor gritaban, exaltaban, insultaban cualquier error o falta al reglamento de los boxeadores. “¡En la cara nooooo…! ¡En la cara noooo!” gritaban las damas ahí presentes.
Y cuando levantaban la mano del triunfador la multitud rugía y terminábamos –los niños- practicando los golpes, el jab, el upper y tal y tal… ¡El vencedor de esta pelea es…!” “¡Bravo! ¡uhhhh!”. “¡Cállate, cara de ladilla!”