La festividad de los apóstoles Pedro y Pablo revela las consecuencias del discipulado y la valentía de la misión. Ambos tenían una vida hecha, de cierto modo, cuando Jesús aparece de la nada y los enamora de un proyecto, los descoloca de lo que hacían y les cambia los planes.
Se trata de dos hombres entrados en la madurez de su vida, muy distinto uno del otro, casi opuestos en los caminos y opciones tomadas previamente, pero al final embajadores del mismo proyecto. Es ahí donde se descubre que todo lo que ha pasado previamente tiene una razón que le da sentido y que todo eso permite enfrentar el presente con audacia y emoción de futuro.
Pedro era pescador y se encentra en el grupo de los que fueron llamados primero por Jesús, se sabe que estaba casado porque uno de los milagros de Jesús es la curación de su suegra. Fue del grupo cercano, de los tres discípulos que tuvieron las confidencias y experiencias tan íntimas que los otros no pudieron compartir. Pronto el Señor lo puso al frente del grupo, entregándole las llaves. Está muy vivo el recuerdo de la traición en el momento del juicio y por ser un poco “cabeza dura” en muchas ocasiones, su carácter intempestivo que lo hacía estar contra algunas disposiciones de Jesús. Es bellísimo el cuadro final del IV evangelio en el que el Señor le confía el cuidado del rebaño. Pedro es la imagen de un discipulado, de aprendizaje lento y progresivo en el que, poco a poco, día a día y con paciencia se va dejando a Dios ser Dios mientras se pulen las propias limitaciones.
Por otro lado, Pablo que no fue apóstol propiamente dicho, pero que se mantiene en el recuerdo como el super apóstol, primero reacio al proyecto de Jesús y encarnizado perseguidor de la Iglesia naciente, hasta el día de su conversión en el que pone sus talentos y habilidades al servicio del Reino, siendo un gran formador y animador de comunidades y discípulos, de una escritura fecunda utilizándola al cuidado y maduración de sus comunidades.
Juntos enseñan que no se trata de ser perfectos para seguir al Señor, que el seguimiento es un proceso de configuración con Cristo en el que el aprendizaje es continuo y progresivo, y que lo más importante es dejar que el Señor aproveche todo lo que se es para un proyecto mayor, que nos supera y que por nuestras propias fuerzas no podemos siquiera imaginar. Al final lo único que hacen ellos es ofrecer su disposición, aceptar una invitación.