Nos falta tiempo para conocernos y reconocernos, para reflexionar cómo nos relacionamos con nosotres mismes y con el otre. Tenemos la sensación de que todo corre aprisa y no podemos quedarnos atrás.
En esta carrera en la que la modernidad nos empuja día tras día, hay cosas que parecen superfluas o que damos por hecho que las tenemos o que las sentimos. En esta lógica, pensar sobre lo que sentimos y por qué, nos parece una pérdida de tiempo y no le vemos ningún fin práctico: para qué preguntarme si soy feliz, si estoy haciendo lo que quería, si voy a dónde debería; cuál es mi pasión, mi fin…
Pensar, reflexionar, es hacer filosofía y esto nos llevaría, en un ejercicio cotidiano y consciente, a conocer y replantear lo que somos, lo que queremos ser e identificar aquello que ata y envilece; tras un autoconocimiento podemos aspirar a querer transformar nuestro entorno, por uno mejor.
Expresa el filósofo Byung-Chul Han que es el pensamiento meditativo y filosófico “el único capaz de engendrar algo totalmente distinto. Hoy vivimos en un infierno neoliberal de lo igual. Para este infierno de lo igual resulta un peligro el pensar, la filosofía, porque interrumpe lo igual a favor de lo totalmente distinto, es más, a favor de una forma de vida totalmente distinta. Por eso es precisamente en el infierno de lo igual donde habría que introducir la filosofía como asignatura obligatoria, en lugar de eliminarla. De lo contrario sólo prosigue lo igual. La revolución empieza con el pensamiento. La filosofía es la comadrona de la revolución”.
El sistema actual nos pone un amplio abanico de distractores que nos roban biotiempo; siempre hay algo qué hacer, qué mirar, qué postear… al final se trata de ensordecedores de nuestra conciencia, de nuestros sentimientos. Y si a alguien le sobró energía para explotar y gritar, para quejarse y cuestionar el statu quo, ya los demás se encargarán de desacreditarlo, censurarlo o etiquetarlo: no hay tiempo para sentir a fondo, para amar de verdad, para ser feliz auténticamente.
Por ello cobra importancia aprender a darse tiempo para conocerse y entender la felicidad como una suerte de aceptación de quienes somos y de lo que podemos ser, reconstruyéndonos y reeducándonos para ser una mejor versión para une misme y como parte de un colectivo social al que le urge un viraje de timón hacia formas de relacionarse más humanas, equitativas y creadoras. Entender que hay más allá de la lucha por la sobrevivencia diaria, por más absorbente y caótica que ésta sea, y que también es revolucionario aspirar a ser felices y plenos; a ser amados y tiernos; y que es necesario rescatar al amor en toda su acepción de los patrones de consumo neoliberal y machista.
“La vida no merece la pena vivirla si no somos capaces de despojarla de la presión del trabajo y la necesidad de rendimiento”, acota Byung-Chul Han, y propone la idea del tiempo festivo, es decir un tiempo de ociosidad, ese que hace “posible recrearse y permite una experiencia de la duración. El tiempo festivo es un tiempo en el que la vida se refiere a sí misma, en lugar de someterse a un objetivo externo”.
No somos un homo laborans, sino un homo ludens, indica el filósofo coreano. No existimos en el mundo para trabajar como objetivo de vida, sino para disfrutar, para experimentar, para sentir. ¿O usted qué opina?
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