Xalapa, Ver.- La actriz y directora de teatro Leticia Valenzuela elige Xalapa como su hogar y el de su familia porque fue la ciudad que encontró con teatro lleno, el público aplaudiendo para que iniciara la función y tapizada de carteles.
Fue en 1986 cuando, de gira con la obra infantil El hueso del ciempiés, la conoce, se enamora y decide vivir en la Atenas veracruzana debido al calor de su gente y a su clima. Llega en 1992 e inmediatamente se enrola en las actividades teatrales con la compañía teatral independiente Umbral, que dirigía Jorge Castillo y montan El acompañamiento con Rogerio Baruch y Enrique González, para posteriormente trabajar con Rocío Sagaón en el montaje de Aura, de Carlos Fuentes, alternadamente hacía presentaciones con el grupo Payasas a la Carta, del cual formaba parte con Zamira Bringas y Estela Enríquez, que luego siguieron sólo Estela y Leticia.
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Con una beca del IVEC monta el monólogo Apócrifa de Luisa Josefina Hernández, obra con la que participó en el circuito Centro Sur de la entonces Conaculta con el que se presenta en siete estados, circuito que también hace con Payasas.
Con las obras Apócrifa y El acompañamiento participa en las muestras regionales de teatro, asimismo se integró a la compañía de teatro infantil de la SEV (Tisec).
En 1998, con Boris Shoeman participa en un proyecto de lecturas teatralizadas de autores contemporáneos europeos.
No soy muy famosa, pero sí muy trabajadora
En 1998 actúa en la película El coronel no tiene quien le escriba, dirigida por Arturo Ripstein; en el 2000 participa en La perdición de los hombres con Patricia Reyes Espíndola, dirigida también por Ripstein, y hace Carnaval de Sodoma con el mismo director.
También actúa en Tiempo Real, el primer largometraje de una sola toma, bajo la dirección de Fabricio Prada. Forma parte de la Compañía Titular de Teatro de la UV durante un año y medio.
Recientemente gana una beca del Fonca, por lo que mirando atrás se da cuenta que tiene una historia artística, “si bien no soy muy famosa, sí soy muy trabajadora”, comenta con una risa franca.
Destaca que las obras que ha hecho tienen la característica poder presentarse en muchos espacios, de tener muchos públicos, como “Los sueños de la lluvia”, que aborda la historia de un grupo de luchadoras sociales de Minatitlán, quienes viven en medio del basurero, cuyo incendio les obliga a iniciar una lucha por su vida y la de sus familias.
Cuando las conoció, dice, fue para darles un taller de expresión corporal y al conocer su conmovedora historia decidió que debía llevarla al teatro, para lo cual cuenta con la complicidad de Enrique González. Con esa obra recorrió las doce casas de Gestión Comunitaria de Xalapa, donde amadrina a personas que nunca habían visto teatro. “Ser madrina de primera vez de teatro es muy emocionante”, indica.
El diablo no duerme
A la par de su actividad artística, Leticia Valenzuela, quien desde siempre se inclina por apoyar las luchas sociales, entra de lleno al activismo social por la defensa del voto en 2006, y cuando Felipe Calderón intenta la reforma energética se constituyen en brigadas para la defensa del petróleo. Como parte de la brigada Fermina Zavaleta se dedican a la promoción de la defensa de este bien nacional en comunidades y barrios.
Fue entonces cuando surge la problemática de la gripe porcina provocada por las granjas de cerdos en La Gloria y comunidades de Perote, lo que le lleva a participar en la defensa de la comunidad.
En ese tiempo se relaciona con la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales y organizan la quinta asamblea nacional en Chichicuautla, Puebla, donde gente de todo el país expone su problemática socioambiental.
“El diablo no duerme”, puntualiza, y empiezan los problemas de las minas, las hidroeléctricas, el fracking, los agrotóxicos, lucha en la que participan personas de las comunidades, así como luchadores sociales y donde lamenta la muerte de Héctor Colío y Miguel Ángel Martínez, de Tlapacoyan; en La Mancha se registra también la muerte de Adán Vez.
“Es terrible luchar contra un monstruo que puede hacer las cosas más viles, asociarse con gente cruel y sanguinaria para lograr muchos millones de pesos, a pesar del sufrimiento de miles de familias y del planeta entero”, señala.
“Tenemos una responsabilidad con la tierra que hemos heredado y con la naturaleza, no solo para nosotros sino para las generaciones por venir y sabemos lo que puede ocurrir con estos megaproyectos, tenemos el ejemplo de San Luis Potosí, con la mina de San Javier, donde no hay medios de mitigación, pero además no tienen el interés de mitigar nada.
No soy importante en la lucha, lo somos todos, porque todos aportan una visión, una estrategia, una emoción”, comparte, al agregar que las mineras en Veracruz no han dejado de trabajar, siguen haciendo labores de exploración, que también tienen un impacto negativo en la tierra, en la capa vegetal, en el agua del subsuelo; y siguen diciendo que van a hacer una inversión financiera fuerte y llamando inversores”.
La presión a la gente es sutil, pero a veces no, la muerte de compañeros no es nada sutil
Ha habido logros importantes, agrega, en octubre de hace tres años, gracias a la participación de gente de las comunidades, de las iglesias, de las asociaciones, se logró que se retirara el manifiesto de impacto ambiental.
Sin embargo, sigue la exigencia de que la minería tóxica en México se termine, porque no basta con decir que no hay más concesiones sino que se debe suspender las que se han dado, lo mismo sucede con el fracking.
Concluye que se tiene que obligar a los gobiernos a garantizar la seguridad de la ciudadanía, pues si un proyecto representa la muerte y enfermedad de la gente, el desequilibrio social, debe cancelarse, ya que “mientras no se firme, no hay avance”.