/ domingo 11 de agosto de 2024

Del estante | Julio Cortázar, el texto y el box

En su libro “La vuelta al día en ochenta mundos”, el escritor argentino muestra su pasión por el deporte de los puños

De todas sus pasiones, el box fue para Julio Cortázar (1914-1984) una de las más significativas y constantes, en la que veía analogías directas con la escritura.

Para tratar de comprender lo profundo de su interés, habría que remontarse a uno de sus recuerdos infantiles que después recopiló en el libro experimental “La vuelta al día en ochenta mundos”, que publicó en 1967, en cuyo capítulo “El noble arte” cuenta que a los nueve años le tocó escuchar en la radio una pelea que cambió la historia de aquel deporte.

Era 1923 y toda Argentina estaba escuchando desde Nueva York el combate por el título mundial entre el estadounidense Jack Dempsey y el argentino Luis Ángel Firmo, quien provocó que Dempsey no sólo cayera noqueado en el primer round, sino que fuera a dar a los escritorios de los periodistas que cubrían el evento y de donde fue impulsado para seguir peleando.

Ese combate fue para el joven Cortázar una injusticia, pues en el segundo asalto Dempsey se quedó con la victoria por decisión del jurado. Tiempo después, las reglas cambiarían: si un peleador llegaba a salir del cuadrilátero sólo podría hacerlo por cierto tiempo y volver sin la ayuda de nadie.

Cortázar no dejaría de estar pendiente del deporte que llegó a cubrir como periodista, e incluso lo inspiró a escribir el cuento “El Torito” donde emula, con gran domino del lenguaje coloquial, la vida de los boxeadores, inspirado en Justo Suárez, uno de los más populares pugilistas en la historia de Argentina.

El deporte de puños, al igual que el jazz, siempre se encuentra al acecho entre las páginas de Cortázar.

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En los 70, publicó en la revista cubana “Casa de las Américas”, una conferencia en la que reflexiona sobre el cuento y la novela, en una analogía que es una de las bases de su literatura: el juego, el combate, entre el autor y el lector.

“Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out”, mencionó.

De todas sus pasiones, el box fue para Julio Cortázar (1914-1984) una de las más significativas y constantes, en la que veía analogías directas con la escritura.

Para tratar de comprender lo profundo de su interés, habría que remontarse a uno de sus recuerdos infantiles que después recopiló en el libro experimental “La vuelta al día en ochenta mundos”, que publicó en 1967, en cuyo capítulo “El noble arte” cuenta que a los nueve años le tocó escuchar en la radio una pelea que cambió la historia de aquel deporte.

Era 1923 y toda Argentina estaba escuchando desde Nueva York el combate por el título mundial entre el estadounidense Jack Dempsey y el argentino Luis Ángel Firmo, quien provocó que Dempsey no sólo cayera noqueado en el primer round, sino que fuera a dar a los escritorios de los periodistas que cubrían el evento y de donde fue impulsado para seguir peleando.

Ese combate fue para el joven Cortázar una injusticia, pues en el segundo asalto Dempsey se quedó con la victoria por decisión del jurado. Tiempo después, las reglas cambiarían: si un peleador llegaba a salir del cuadrilátero sólo podría hacerlo por cierto tiempo y volver sin la ayuda de nadie.

Cortázar no dejaría de estar pendiente del deporte que llegó a cubrir como periodista, e incluso lo inspiró a escribir el cuento “El Torito” donde emula, con gran domino del lenguaje coloquial, la vida de los boxeadores, inspirado en Justo Suárez, uno de los más populares pugilistas en la historia de Argentina.

El deporte de puños, al igual que el jazz, siempre se encuentra al acecho entre las páginas de Cortázar.

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En los 70, publicó en la revista cubana “Casa de las Américas”, una conferencia en la que reflexiona sobre el cuento y la novela, en una analogía que es una de las bases de su literatura: el juego, el combate, entre el autor y el lector.

“Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out”, mencionó.

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