/ domingo 3 de junio de 2018

María Dolores Pradera, gracias a vosotros y a la música

“… ¿de qué estás hecha tú, de piedra o hielo?…”

“El tiempo que te quede libre,

si te es posible, dedícalo a mí…”


José Ángel Espinoza, Ferrusquilla.


El Palacio de Bellas Artes estaba a reventar. El teatro emblemático de México hizo función especial aquella noche de 1973 porque cantaría ahí, ni más ni menos, que María Dolores Pradera. La sorpresa al paso era ¿por qué estaba aquel recinto abarrotado a más no poder si la cantante aun no tenía una gran presencia en nuestro país y era la primera vez que venía a México?…

Algo calaba el ánimo que quienes la conocían. Hablaban de una cantante española que ponía la música mexicana en la órbita española. Que interpretaba rancheras y canciones latinoamericanas en tono de cordialidad y respeto. Eso se decía, pero había que verlo…

Quienes pisábamos por primera vez aquel recinto, atraídos por la noticia de la cantante, quedamos admirados por aquel escenario que es de todos los mexicanos. Su gran cortina que contiene cerca de un millón de piezas de cristal opalescente, de 2 centímetros cada una, y que dan forma a los legendarios volcanes que vigilan al Valle de México: el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl.

(Se sabe que la idea original fue del arquitecto Adamo Boari; que el artista húngaro Géza Maróti ejecutó un primer proyecto para su elaboración en 1908. Sin embargo, Harry Stoner, diseñador de escenarios y pintor, fue quien lo concretó. Así que Boari mandó a que la hiciera la Casa Tiffany de Nueva York, donde fue exhibida antes de ser enviada por barco a la Ciudad de México.)

Y ¿qué tal nos quedábamos con la boca abierta mirando hacia arriba del gran salón: un plafón transparente, en el que se ve el Olimpo y en él se ve a Apolo, rodeado por las nueve musas? Y la galería y los palcos y el todo acomodo y ruido que quiere ser silencioso. Todos a la espera. Nosotros más. Yo más.

Se escucha la tercera llamada. Todos a su lugar, bien portaditos, calladitos que se ven más bonitos, toses urgentes, acomodo de asientos… silencio… silencio…

Orgullosa se levanta la cortina Tiffany y ahí, en medio del escenario, de pie, elegante, firme, muy bien vestida, discreta y guapa, estaba ella…

… Una luz que eran muchas luces la iluminaban sólo a ella que tenía las dos manos en el pecho, en modo de oración. Poco a poco estos reflectores se extendían para mostrar de mil colores a sus dos acompañantes guitarristas, “Los gemelos”, y un percusionista y una gran mesa en la que estaban colocados rebosos, ponchos, sarapes, mantones y todo aquello que haría que de pronto fuera española-mexicana-argentina-peruana…

… Suena la guitarra. Ella sonríe. Uno de los gemelos adorna el momento con la música que queríamos escuchar… una ranchera, claro, porque está en México… Irrumpe la otra guitarra y la percusión, ella se acomoda un sarape a modo ranchero y canta la que ya era su éxito uno en España: “Ojalá que te vaya bonito… ojalá que se acaben tus penas…”

Y de ahí en adelante por dos horas, y media más de regalo se nos fueron las penas, se nos olvidaron las tristezas, se nos acomodaron las ideas y se nos hinchó el corazón de música-música-música, con la magia y la emoción y la tristeza que nos arrulla y que musicaliza nuestras vidas, a lo largo de la vida.

A cada paso encendía más los ánimos y los asistentes, que rompieron el silencio, le pedían una y otra canción… Uno insistente, seguro colombiano, le exigía, “ Señora María Rosa” y se la cumplió. Otro le exigía por segunda-tercera-cuarta ocasión “ La flor de la canela”… “ Amarraditos”… “ Pa’ todo el año”…

Por entonces ella tenía cuarenta y ocho años. Había nacido en Madrid el 29 de agosto de 1925, unos cuantos años antes de la Guerra Civil Española. Su padre era un asturiano, por entonces con negocios en Chile, y su madre una vasca-francesa. Muy niña fue llevada a vivir por un tiempo a Chile, pero luego regresó a España y vivió ahí la Guerra Civil, lo que impidió que continuara sus estudios, aunque sí consiguió terminar el nivel de bachiller: y hasta ahí. Tenía que trabajar para ganar el sustento… Su padre había muerto en 1935…

“…Murió mi padre en Chile, cuando ya se venía a España definitivamente a vivir con su mujer y sus hijos. Se deshizo de los negocios de Chile porque le empezó a ir mal y su ilusión era estar en España con nosotros. Murió muy joven, antes de cumplir los 49 años… se llamaba Juan Antonio Fernández… lo de Pradera es de mi madre, en su honor, porque ella fue nuestro padre, también”.

Luego diría que de pequeña quería ser gitana. Quería tener el pelo negro y ojeras. De niña le gustaba cantar coplas y reír. Reía mucho. Aunque hubiera pasado las de Caín con eso de la Guerra española y con eso de la posguerra y de tener que sobrevivir en plena dictadura franquista.

En 1941 aparece como extra en una película: “ Por que te vi llorar”, luego muchas películas como actriz y en ascenso. También teatro, ya como “ La Celestina” o como “ Mariana Pineda” o en “Fortunata y Jacinta”…

Escena de la película: Porque te vi Llorar, Llanes 1941.

Le iba bien. Alcanzaba renombre y de tiempo en tiempo cantaba por ahí… En 1945 se casó con el actor Fernando Fernán Gómez con quien tuvo dos hijos, y al morir ella tres nietos. Fue pionera del divorcio en España en 1957 cuando éste aún era “mal visto” y “de mal gusto”…

EFE/AFP

Pero tenía el alma impregnada de América Latina. Había vivido en Chile y lo frecuentaba durante su primera infancia. En 1952 debutó como cantante en la “ Boite” de Alazán, como cantante “lírica” y en noviembre de 1960 apareció su primer disco, de cuatro canciones. Y de ahí para adelante…

Precisamente en la música de este continente encontró la veta que le haría muy famosa: Como “cantante melódica” según la presentaban por aquellos años en España. Un poco como si comenzara de nuevo una carrera, dejo la actuación para cantar y cumplir el sueño de don Quijote con aquello de que “donde música hubiere, cosa mala no existiere”….

Y comenzó a llevar y a traer la música: De allá la música española. De acá la música latinoamericana. Sobre todo en aquellos años, en particular a los latinoamericanos, nos caló bien, porque por los años setenta muchos países vivían en tragedia:

Proliferaban las dictaduras militares y la muerte: Salvador Allende había sido muerto en Chile el 11 de septiembre de 1973, llegaba Augusto Pinochet; Videla, en Argentina con unas 15,000 personas que desaparecieron, muchos estaban en campos de detención secretos. “ La noche de los Lápices” fue uno de los episodios más repudiados de su mandato… Anastasio Somoza en Nicaragua… Alfredo Stroessner en Paraguay…

Por 1975 en España moría el dictador Francisco Franco. Comenzaba la transición, al principio moderada pero que alcanzó vuelo con la llegada de Adolfo Suárez y luego la apertura democrática y el socialismo al poder. La locura del cambio. El destape. Lo nuevo y novedoso en su vida… La transición española.

Por ese 1973 a México lo gobernaba un presidente hablantín. Desordenado y mal averiguado. El mismo de la tragedia de 1968 y el mismo del 10 de junio de 1971, cuando centenares de estudiantes fueron atacados a tiros por paramilitares en la calzada México-Tacuba para evitar que se movilizaran en demanda de la liberación de presos políticos, la derogación de la Ley Orgánica de la Universidad Autónoma de Nuevo León y para exigir la desaparición de los grupos porriles en escuelas de educación media y superior, entre otras cosas.

Fue la primera gran movilización estudiantil luego de la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Era el periodo presidencial de Luis Echeverría Álvarez y en la regencia del Distrito Federal estaba Alfonso Martínez Domínguez.

En esas andábamos, y nuestro refugio era la música de la hermandad latinoamericana. Proliferaban en México los “Galpones”, los “Sapos cancioneros”… los refugios musicales de lo latinoamericano y las universidades y los centros de recreación estaban impregnados de la solidaridad latinoamericana… Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra (“…Gracias a la vida, que me ha dado tanto…” era nuestro himno…); Víctor Parra; Horacio Guaraní; el gran Alfredo Zitarrosa… (“Qué pena, que no me duela tu nombre ahora…”)

Y en esas seguíamos cuando aparece ella: “Si se calla el cantor calla la vida; Porque la vida, la vida misma es todo un canto; Si se calla el cantor, muere de espanto; La esperanza, la luz y la alegría”… Cantaba, y a nosotros nos rechinaban los huesitos… De emoción, de tristeza o de quién sabe qué, pero era al mismo tiempo conmoción y dolor y alegría porque podíamos cantar con ella. Y en todo aquello nos sentíamos acompañados…

Ella tenía una voz grave, al mismo tiempo delicada y profunda: “Cantaba para adentro”, como si fuera una interpretación íntima, digamos que con una maravillosa serenidad interpretaba –eso es, interpretaba a su manera-- la música de nuestro país y lo hacía cuidando el acento: con nuestras “s” mexicanas; como también lo hacía con acento peruano o argentino o venezolano… Había sido actriz y hacía de cada canción una obra de teatro cada tres minutos.

María Dolores Pradera nos acompañó en las buenas y en las malas. En la época de tronar cohetes y cuando había que recoger las varas; en las duras y en las maduras. Siempre estaba ahí… a su manera, solidaria y consciente de lo que se vivía allá y acá; y de las transformaciones no sólo en lo musical, como también en lo social y político: 93 años dan para vivir mucho y saber mucho.

“¿Dónde estás juventud? ¿Dónde te has ido?”…

Y eso. La cantante madrileña viajaba de España a México y de ahí a toda América Latina. Siempre bien recibida. Vivió en México un tiempo y decidió que México era su lugar querido. Eso dijo. Y por lo mismo grabó un disco con canciones de José Alfredo Jiménez, uno de sus grandes compositores; como uno de Chabuca Granda.


Grabó más de cuarenta discos de los grandes; ganó 30 discos de oro y un montón de premios y reconocimientos por todos lados. Está bien. Lo merecía. Cantó hasta los 88 años y con el mismo tono de voz, grave y rico, como la canción de nuestra vida…

Al último hizo dúos con Joaquín Sabina, con José Carreras, con Miguel Poveda, con Juan Manuel Serrat, con Diego El Cigala, con Enrique Bunbury, con Armando Manzanero… Con muchos.

A lo largo de casi cincuenta años estuvo frecuente en la vida mexicana. Nos acompañó siempre. De pronto estaba y de pronto se ausentaba. De pronto se escuchaban sus nuevos discos y de pronto silencio. Pero siempre estaba. Aunque escucháramos otra música. Todas las músicas que en el mundo hay. Siempre. Y la disfrutamos porque somos esencialmente música. Y volvemos a María Dolores. Es así.

Muchos tienen sus discos guardados para el buen momento, para el del recuerdo y para recuperar lo que aún pervive en nosotros, la alegría y la tristeza, pero siempre con solución; y para recuperar aquellos días y guardar éstos como parte de una historia, porque eso somos todos: una historia que contar y que vivir y una historia en la que la música forma parte y es esencia, porque está hecha de esencias humanas.

Ya comienza la función. Todos guardamos silencio. Ya sube el telón de Tiffany con nuestros volcanes que nos miran. Se encienden las luces de colores que iluminan el escenario. Todo está dispuesto… Silencio… Silencio…

… Ya no está María Dolores. Ya se escuchan aplausos interminables. Firmes. Agradecidos. Cariñosos… Son de despedida pero no de olvido… Y ya se escucha en sordina… casi en silencio…:

“Ojalá que te vaya bonito… Jazmines en el pelo y rosas en la cara… ¿De qué estás hecho tú, de piedra o hielo?... Vamos amarraditos los dos, espumas y terciopelo… Yo no le canto a la luna, porque alumbre nada más… Para de hoy en adelante ya el amor no me interesa… Toda una vida, me estaría contigo, no me importa ni dónde ni cómo ni cuándo, pero junto a ti… La vida no es un block cuadriculado… Gracias a la vida, que me ha dado tanto… El tiempo que te quede libre, si te es posible, dedícalo a mí…”. Ya bajó el telón…

Ojalá que te vaya bonito, María Dolores.

jhsantiago@prodigy.net.mx


“El tiempo que te quede libre,

si te es posible, dedícalo a mí…”


José Ángel Espinoza, Ferrusquilla.


El Palacio de Bellas Artes estaba a reventar. El teatro emblemático de México hizo función especial aquella noche de 1973 porque cantaría ahí, ni más ni menos, que María Dolores Pradera. La sorpresa al paso era ¿por qué estaba aquel recinto abarrotado a más no poder si la cantante aun no tenía una gran presencia en nuestro país y era la primera vez que venía a México?…

Algo calaba el ánimo que quienes la conocían. Hablaban de una cantante española que ponía la música mexicana en la órbita española. Que interpretaba rancheras y canciones latinoamericanas en tono de cordialidad y respeto. Eso se decía, pero había que verlo…

Quienes pisábamos por primera vez aquel recinto, atraídos por la noticia de la cantante, quedamos admirados por aquel escenario que es de todos los mexicanos. Su gran cortina que contiene cerca de un millón de piezas de cristal opalescente, de 2 centímetros cada una, y que dan forma a los legendarios volcanes que vigilan al Valle de México: el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl.

(Se sabe que la idea original fue del arquitecto Adamo Boari; que el artista húngaro Géza Maróti ejecutó un primer proyecto para su elaboración en 1908. Sin embargo, Harry Stoner, diseñador de escenarios y pintor, fue quien lo concretó. Así que Boari mandó a que la hiciera la Casa Tiffany de Nueva York, donde fue exhibida antes de ser enviada por barco a la Ciudad de México.)

Y ¿qué tal nos quedábamos con la boca abierta mirando hacia arriba del gran salón: un plafón transparente, en el que se ve el Olimpo y en él se ve a Apolo, rodeado por las nueve musas? Y la galería y los palcos y el todo acomodo y ruido que quiere ser silencioso. Todos a la espera. Nosotros más. Yo más.

Se escucha la tercera llamada. Todos a su lugar, bien portaditos, calladitos que se ven más bonitos, toses urgentes, acomodo de asientos… silencio… silencio…

Orgullosa se levanta la cortina Tiffany y ahí, en medio del escenario, de pie, elegante, firme, muy bien vestida, discreta y guapa, estaba ella…

… Una luz que eran muchas luces la iluminaban sólo a ella que tenía las dos manos en el pecho, en modo de oración. Poco a poco estos reflectores se extendían para mostrar de mil colores a sus dos acompañantes guitarristas, “Los gemelos”, y un percusionista y una gran mesa en la que estaban colocados rebosos, ponchos, sarapes, mantones y todo aquello que haría que de pronto fuera española-mexicana-argentina-peruana…

… Suena la guitarra. Ella sonríe. Uno de los gemelos adorna el momento con la música que queríamos escuchar… una ranchera, claro, porque está en México… Irrumpe la otra guitarra y la percusión, ella se acomoda un sarape a modo ranchero y canta la que ya era su éxito uno en España: “Ojalá que te vaya bonito… ojalá que se acaben tus penas…”

Y de ahí en adelante por dos horas, y media más de regalo se nos fueron las penas, se nos olvidaron las tristezas, se nos acomodaron las ideas y se nos hinchó el corazón de música-música-música, con la magia y la emoción y la tristeza que nos arrulla y que musicaliza nuestras vidas, a lo largo de la vida.

A cada paso encendía más los ánimos y los asistentes, que rompieron el silencio, le pedían una y otra canción… Uno insistente, seguro colombiano, le exigía, “ Señora María Rosa” y se la cumplió. Otro le exigía por segunda-tercera-cuarta ocasión “ La flor de la canela”… “ Amarraditos”… “ Pa’ todo el año”…

Por entonces ella tenía cuarenta y ocho años. Había nacido en Madrid el 29 de agosto de 1925, unos cuantos años antes de la Guerra Civil Española. Su padre era un asturiano, por entonces con negocios en Chile, y su madre una vasca-francesa. Muy niña fue llevada a vivir por un tiempo a Chile, pero luego regresó a España y vivió ahí la Guerra Civil, lo que impidió que continuara sus estudios, aunque sí consiguió terminar el nivel de bachiller: y hasta ahí. Tenía que trabajar para ganar el sustento… Su padre había muerto en 1935…

“…Murió mi padre en Chile, cuando ya se venía a España definitivamente a vivir con su mujer y sus hijos. Se deshizo de los negocios de Chile porque le empezó a ir mal y su ilusión era estar en España con nosotros. Murió muy joven, antes de cumplir los 49 años… se llamaba Juan Antonio Fernández… lo de Pradera es de mi madre, en su honor, porque ella fue nuestro padre, también”.

Luego diría que de pequeña quería ser gitana. Quería tener el pelo negro y ojeras. De niña le gustaba cantar coplas y reír. Reía mucho. Aunque hubiera pasado las de Caín con eso de la Guerra española y con eso de la posguerra y de tener que sobrevivir en plena dictadura franquista.

En 1941 aparece como extra en una película: “ Por que te vi llorar”, luego muchas películas como actriz y en ascenso. También teatro, ya como “ La Celestina” o como “ Mariana Pineda” o en “Fortunata y Jacinta”…

Escena de la película: Porque te vi Llorar, Llanes 1941.

Le iba bien. Alcanzaba renombre y de tiempo en tiempo cantaba por ahí… En 1945 se casó con el actor Fernando Fernán Gómez con quien tuvo dos hijos, y al morir ella tres nietos. Fue pionera del divorcio en España en 1957 cuando éste aún era “mal visto” y “de mal gusto”…

EFE/AFP

Pero tenía el alma impregnada de América Latina. Había vivido en Chile y lo frecuentaba durante su primera infancia. En 1952 debutó como cantante en la “ Boite” de Alazán, como cantante “lírica” y en noviembre de 1960 apareció su primer disco, de cuatro canciones. Y de ahí para adelante…

Precisamente en la música de este continente encontró la veta que le haría muy famosa: Como “cantante melódica” según la presentaban por aquellos años en España. Un poco como si comenzara de nuevo una carrera, dejo la actuación para cantar y cumplir el sueño de don Quijote con aquello de que “donde música hubiere, cosa mala no existiere”….

Y comenzó a llevar y a traer la música: De allá la música española. De acá la música latinoamericana. Sobre todo en aquellos años, en particular a los latinoamericanos, nos caló bien, porque por los años setenta muchos países vivían en tragedia:

Proliferaban las dictaduras militares y la muerte: Salvador Allende había sido muerto en Chile el 11 de septiembre de 1973, llegaba Augusto Pinochet; Videla, en Argentina con unas 15,000 personas que desaparecieron, muchos estaban en campos de detención secretos. “ La noche de los Lápices” fue uno de los episodios más repudiados de su mandato… Anastasio Somoza en Nicaragua… Alfredo Stroessner en Paraguay…

Por 1975 en España moría el dictador Francisco Franco. Comenzaba la transición, al principio moderada pero que alcanzó vuelo con la llegada de Adolfo Suárez y luego la apertura democrática y el socialismo al poder. La locura del cambio. El destape. Lo nuevo y novedoso en su vida… La transición española.

Por ese 1973 a México lo gobernaba un presidente hablantín. Desordenado y mal averiguado. El mismo de la tragedia de 1968 y el mismo del 10 de junio de 1971, cuando centenares de estudiantes fueron atacados a tiros por paramilitares en la calzada México-Tacuba para evitar que se movilizaran en demanda de la liberación de presos políticos, la derogación de la Ley Orgánica de la Universidad Autónoma de Nuevo León y para exigir la desaparición de los grupos porriles en escuelas de educación media y superior, entre otras cosas.

Fue la primera gran movilización estudiantil luego de la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Era el periodo presidencial de Luis Echeverría Álvarez y en la regencia del Distrito Federal estaba Alfonso Martínez Domínguez.

En esas andábamos, y nuestro refugio era la música de la hermandad latinoamericana. Proliferaban en México los “Galpones”, los “Sapos cancioneros”… los refugios musicales de lo latinoamericano y las universidades y los centros de recreación estaban impregnados de la solidaridad latinoamericana… Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra (“…Gracias a la vida, que me ha dado tanto…” era nuestro himno…); Víctor Parra; Horacio Guaraní; el gran Alfredo Zitarrosa… (“Qué pena, que no me duela tu nombre ahora…”)

Y en esas seguíamos cuando aparece ella: “Si se calla el cantor calla la vida; Porque la vida, la vida misma es todo un canto; Si se calla el cantor, muere de espanto; La esperanza, la luz y la alegría”… Cantaba, y a nosotros nos rechinaban los huesitos… De emoción, de tristeza o de quién sabe qué, pero era al mismo tiempo conmoción y dolor y alegría porque podíamos cantar con ella. Y en todo aquello nos sentíamos acompañados…

Ella tenía una voz grave, al mismo tiempo delicada y profunda: “Cantaba para adentro”, como si fuera una interpretación íntima, digamos que con una maravillosa serenidad interpretaba –eso es, interpretaba a su manera-- la música de nuestro país y lo hacía cuidando el acento: con nuestras “s” mexicanas; como también lo hacía con acento peruano o argentino o venezolano… Había sido actriz y hacía de cada canción una obra de teatro cada tres minutos.

María Dolores Pradera nos acompañó en las buenas y en las malas. En la época de tronar cohetes y cuando había que recoger las varas; en las duras y en las maduras. Siempre estaba ahí… a su manera, solidaria y consciente de lo que se vivía allá y acá; y de las transformaciones no sólo en lo musical, como también en lo social y político: 93 años dan para vivir mucho y saber mucho.

“¿Dónde estás juventud? ¿Dónde te has ido?”…

Y eso. La cantante madrileña viajaba de España a México y de ahí a toda América Latina. Siempre bien recibida. Vivió en México un tiempo y decidió que México era su lugar querido. Eso dijo. Y por lo mismo grabó un disco con canciones de José Alfredo Jiménez, uno de sus grandes compositores; como uno de Chabuca Granda.


Grabó más de cuarenta discos de los grandes; ganó 30 discos de oro y un montón de premios y reconocimientos por todos lados. Está bien. Lo merecía. Cantó hasta los 88 años y con el mismo tono de voz, grave y rico, como la canción de nuestra vida…

Al último hizo dúos con Joaquín Sabina, con José Carreras, con Miguel Poveda, con Juan Manuel Serrat, con Diego El Cigala, con Enrique Bunbury, con Armando Manzanero… Con muchos.

A lo largo de casi cincuenta años estuvo frecuente en la vida mexicana. Nos acompañó siempre. De pronto estaba y de pronto se ausentaba. De pronto se escuchaban sus nuevos discos y de pronto silencio. Pero siempre estaba. Aunque escucháramos otra música. Todas las músicas que en el mundo hay. Siempre. Y la disfrutamos porque somos esencialmente música. Y volvemos a María Dolores. Es así.

Muchos tienen sus discos guardados para el buen momento, para el del recuerdo y para recuperar lo que aún pervive en nosotros, la alegría y la tristeza, pero siempre con solución; y para recuperar aquellos días y guardar éstos como parte de una historia, porque eso somos todos: una historia que contar y que vivir y una historia en la que la música forma parte y es esencia, porque está hecha de esencias humanas.

Ya comienza la función. Todos guardamos silencio. Ya sube el telón de Tiffany con nuestros volcanes que nos miran. Se encienden las luces de colores que iluminan el escenario. Todo está dispuesto… Silencio… Silencio…

… Ya no está María Dolores. Ya se escuchan aplausos interminables. Firmes. Agradecidos. Cariñosos… Son de despedida pero no de olvido… Y ya se escucha en sordina… casi en silencio…:

“Ojalá que te vaya bonito… Jazmines en el pelo y rosas en la cara… ¿De qué estás hecho tú, de piedra o hielo?... Vamos amarraditos los dos, espumas y terciopelo… Yo no le canto a la luna, porque alumbre nada más… Para de hoy en adelante ya el amor no me interesa… Toda una vida, me estaría contigo, no me importa ni dónde ni cómo ni cuándo, pero junto a ti… La vida no es un block cuadriculado… Gracias a la vida, que me ha dado tanto… El tiempo que te quede libre, si te es posible, dedícalo a mí…”. Ya bajó el telón…

Ojalá que te vaya bonito, María Dolores.

jhsantiago@prodigy.net.mx


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