/ domingo 17 de diciembre de 2023

Ciencia y Luz | La vida invisible

Pasaron casi otros doscientos años para que alguien se preguntara qué hacían los bichitos que se veían a través de las lentes

Decía el Principito que “lo esencial es invisible a los ojos”. No creo que Saint-Exupéry se refiriera al mundo que nos rodea y que sólo podemos ver a través de un microscopio, pero esa vida que no vemos es esencial para nuestra supervivencia. Se estima que existe un quintillón de bacterias en nuestro planeta, es decir, 130, o lo que es lo mismo, 1 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000.

A pesar de ser tantas, las empezamos a conocer en el siglo XVII cuando un comerciante de telas llamado Anton van Leeuwenhoek inventó un aparato para contar los hilos de las telas, el microscopio. Descubrió así un universo nuevo que no podíamos ver con los ojos y viajó por toda Europa mostrando su descubrimiento a reyes, reinas y nobles.

Pasaron casi otros doscientos años para que alguien se preguntara qué hacían los bichitos que se veían a través de las lentes. Fue Pasteur, quien estudiando las enfermedades del vino descubrió que los vinos agrios tenían unas formas más pequeñas (bacterias) que los vinos sanos (levaduras).

Del vino, Pasteur pasó a la leche e inventó la pasteurización, un método que hacía que la leche durara más y describió la química de las fermentaciones. Refutó la teoría de la generación espontánea explicando cómo eran los microorganismos responsables de la putrefacción y elaboró la primera vacuna contra la rabia.

Al final de su vida fundó el Instituto Pasteur, que se ha dedicado a la investigación de vacunas desde entonces. Su último gran descubrimiento fue el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Casi en paralelo, Robert Koch en Alemania creó la microbiología médica: descubrió el bacilo causante de la tuberculosis, del carbunco y del cólera.

Tras ellos, han venido innumerables investigadores e investigadoras que se han dedicado a dar a conocer la importancia que estos seres microscópicos tienen en distintos ecosistemas: de las cianobacterias productoras de oxígeno en los mantos de agua, a las bacterias nitrificantes del suelo.

Y lo que fue la última revolución microbiana del siglo XX: la importancia de la microbiota. Jeffrey Gordon es considerado el pionero en comprender la importancia de la inmensa cantidad y diversidad de microorganismos que viven en el interior del cuerpo humano y de su papel en la salud. Pero quizá, el último de los descubrimientos y uno de los más sorprendentes es que las bacterias se comunican entre ellas, “hablan” para saber qué deben hacer.

Esto lo descubrió Bonnie Bassler y se le llamó quorum sensing. Saber cómo se comunican las bacterias, poder “hablar” con ellas nos permitirá luchar contra enfermedades infecciosas sin necesidad de antibióticos, descubrir nuevos caminos para tratar el Parkinson y el Alzheimer y seguramente mejorar nuestra salud mental. El siglo XXI nos trae nuevas sorpresas cómo las bacterias que pueden vivir en otros planetas y el uso de la microbiota para luchar contra infecciones resistentes a los antibióticos.

Cuanto más avanzamos en el conocimiento de estos seres invisibles a los ojos, más aprendemos sobre su importancia para la vida en nuestro planeta. Más allá de esto, el día que encontremos vida en otros planetas es muy posible que sea una vida microscópica e invisible a los ojos, que tendremos que aprender a ver con los ojos de la ciencia. Así, Saint-Exupéry nos recuerda que a menudo lo más valioso y esencial escapa a nuestra vista, pero la ciencia nos permite desvelar esos secretos que sustentan la vida en nuestro planeta y más allá.

*Instituto de Ciencias Básicas, Universidad Veracruzana

Publicado originalmente en Diario de Xalapa

Decía el Principito que “lo esencial es invisible a los ojos”. No creo que Saint-Exupéry se refiriera al mundo que nos rodea y que sólo podemos ver a través de un microscopio, pero esa vida que no vemos es esencial para nuestra supervivencia. Se estima que existe un quintillón de bacterias en nuestro planeta, es decir, 130, o lo que es lo mismo, 1 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000.

A pesar de ser tantas, las empezamos a conocer en el siglo XVII cuando un comerciante de telas llamado Anton van Leeuwenhoek inventó un aparato para contar los hilos de las telas, el microscopio. Descubrió así un universo nuevo que no podíamos ver con los ojos y viajó por toda Europa mostrando su descubrimiento a reyes, reinas y nobles.

Pasaron casi otros doscientos años para que alguien se preguntara qué hacían los bichitos que se veían a través de las lentes. Fue Pasteur, quien estudiando las enfermedades del vino descubrió que los vinos agrios tenían unas formas más pequeñas (bacterias) que los vinos sanos (levaduras).

Del vino, Pasteur pasó a la leche e inventó la pasteurización, un método que hacía que la leche durara más y describió la química de las fermentaciones. Refutó la teoría de la generación espontánea explicando cómo eran los microorganismos responsables de la putrefacción y elaboró la primera vacuna contra la rabia.

Al final de su vida fundó el Instituto Pasteur, que se ha dedicado a la investigación de vacunas desde entonces. Su último gran descubrimiento fue el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Casi en paralelo, Robert Koch en Alemania creó la microbiología médica: descubrió el bacilo causante de la tuberculosis, del carbunco y del cólera.

Tras ellos, han venido innumerables investigadores e investigadoras que se han dedicado a dar a conocer la importancia que estos seres microscópicos tienen en distintos ecosistemas: de las cianobacterias productoras de oxígeno en los mantos de agua, a las bacterias nitrificantes del suelo.

Y lo que fue la última revolución microbiana del siglo XX: la importancia de la microbiota. Jeffrey Gordon es considerado el pionero en comprender la importancia de la inmensa cantidad y diversidad de microorganismos que viven en el interior del cuerpo humano y de su papel en la salud. Pero quizá, el último de los descubrimientos y uno de los más sorprendentes es que las bacterias se comunican entre ellas, “hablan” para saber qué deben hacer.

Esto lo descubrió Bonnie Bassler y se le llamó quorum sensing. Saber cómo se comunican las bacterias, poder “hablar” con ellas nos permitirá luchar contra enfermedades infecciosas sin necesidad de antibióticos, descubrir nuevos caminos para tratar el Parkinson y el Alzheimer y seguramente mejorar nuestra salud mental. El siglo XXI nos trae nuevas sorpresas cómo las bacterias que pueden vivir en otros planetas y el uso de la microbiota para luchar contra infecciones resistentes a los antibióticos.

Cuanto más avanzamos en el conocimiento de estos seres invisibles a los ojos, más aprendemos sobre su importancia para la vida en nuestro planeta. Más allá de esto, el día que encontremos vida en otros planetas es muy posible que sea una vida microscópica e invisible a los ojos, que tendremos que aprender a ver con los ojos de la ciencia. Así, Saint-Exupéry nos recuerda que a menudo lo más valioso y esencial escapa a nuestra vista, pero la ciencia nos permite desvelar esos secretos que sustentan la vida en nuestro planeta y más allá.

*Instituto de Ciencias Básicas, Universidad Veracruzana

Publicado originalmente en Diario de Xalapa

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