EL PITAL, SAN RAFAEL, Ver.- La siembra de plátano ha dejado de ser redituable para cientos de familias de la comunidad El pital en el municipio de San Rafael, debido a que el precio del producto se ha desplomado drásticamente. Y es que, mientras el precio del combustible, los insumos y los fertilizantes van en aumento, el plátano roatán bajó pasó de pagarse en 7 a 2.5 pesos por kilo. “La fruta nos la pagan muy barata, esto ya no es negocio”, asegura Eberto Bordonave Rostan.
Entrevistado mientras participa de las labores de corte y empaque de los plátanos, el productor asegura que los “coyotes” están acabando con la forma de vida de cientos de familias de esta localidad. Los “coyotes” como les llaman, son personas “sin tierras” que llegan a la pequeña localidad a comprarles la producción a un precio ínfimo aprovechando la necesidad de los productores de sacar la cosecha antes de que se pase de tiempo.
“Tenemos que quitarnos los intermediarios que tenemos encima, pero a la gente le dice uno que no les corte y no hacen caso; le cortan y lo venden barato porque no quieren que se les maduren. El problema es que a los que nos afectan son a los cosecheros de aquí”.
Mientras Bordonave habla, 18 personas -en su mayoría hombres- reciben los enormes racimos de la fruta, los cortan, seleccionan, lavan, secan y empacan. La tarea la realizan de manera coordinada mientras de fondo suena una canción de Christian Nodal. “Mucha gente depende del plátano aquí”, dice el productor mientras señala al grupo que trabaja. “y a parte los que estamos aquí hay otros que andan cortando. Somos 50 gentes o más para cosechar, cortar y cargar los carros”, añade.
Por ello, la baja en los precios del plátano ha impactado a toda una comunidad. Según el productor, la crisis ha sido tanta que al menos el 50 por ciento de los plantíos de plátano han desaparecido y en su lugar se está sembrando limón. Y es que este producto tiene la ventaja de que se puede atrasar su corte e incluso obtener un buen precio “de segunda” lo que no sucede con el plátano.
“Antes aquí todos los terrenos eran platanales, pero muchos ya se han convertido porque el limón lleva menos gastos. Además, si no lo cortas no pasa nada porque igual lo puedes cortar después y venderlo de segunda pero el plátano cuando se llega hay que cortarlo o no lo quieren porque se pasa de grueso y revienta el empaque”, explica.
A pesar de las dificultades en El pital le siguen apostando al plátano roatán, pero también al macho que se compra un poco más caro, de entre 3.5 a 4 pesos por kilo porque hay menos, “se produce menos”. Y es que, para Bordonave Rostan se trata de una fruta que a todos les gusta y que puede ser muy variada. “Pudiera pensarse que nosotros como lo tenemos aquí no nos gusta, pero la verdad es que nos sigue gustando mucho y en cada oportunidad lo comemos”.
Por ello, van a seguir con la siembra esperando que el precio por kilo aumente unos pesos más y que la recuperación económica, tras año y medio de pandemia llegue pronto a San Rafael. “Necesitamos tenemos un mejor precio todo el año para irle sacando (…) porque aquí no alcanza el dinero y los insumos están cada día más altos. Desde la bolsa, el separador, el periódico, el diésel para moverlo, el fertilizante y el producto para fumigar los platanales. O le echamos al plátano o comemos”, lamenta.
Desde hace 9 años, María del Carmen Agustín comenzó a trabajar como jornalera en el sector platanero, un trabajo considerado como masculino en la zona. De las 18 personas que se encargan de llenar camiones de carga solo dos son mujeres.
María platica sin dejar de trabajar. Cuenta que, ante la falta de oportunidades laborales en San Rafael, hace casi una década comenzó a “charolear”, actividad que consiste en acomodar los racimos en charolas y pesarlos. “Y de ahí empecé a aprender”.
Ahora, María se encarga de seleccionar la fruta que traen de la plantación. La penca se corta con las cuchillas, creando racimos. Cada uno debe ser seleccionado buscando que no haya plátanos maltratados o que vengan pegados. Tras este proceso, las pencas se lavan, secan y empacan en cajas que se suben a los camiones de carga. “Muchas mujeres dicen que es pesado, pero para mí, como ya me acostumbré, se me hace ligero”, cuenta.
La mujer de 48 años asegura que, aunque la pandemia detuvo la actividad y eran pocos los camiones de carga que llegaban; poco a poco se ha ido recuperando el flujo. Esto para los jornaleros que ganan dependiendo de los camiones que llenen es esperanzador. “La paga depende de los camiones que llegan y de lo que le echamos así que entre más llegan más trabajo tenemos y mejor nos va”.
En el proceso de selección encuentra un plátano que no pasa el control de calidad, lo pela de prisa mientras le traen otra penca. La mujer que entró a trabajar a las 8 de la mañana sabe que no hay hora de salida porque llegaron dos camiones. “A mi me gusta mucho este trabajo, la verdad (…) gracias a Dios nos va bien y eso es lo bueno, que ya se haya compuesto todo, aunque nos vayamos de aquí hasta las 8 de la noche”, concluye.