La Perla, Ver.- Para llegar a la primaria “Ignacio Zaragoza”, en la comunidad de Rancho Nuevo, perteneciente a este municipio, a 2 mil 200 metros sobre el nivel del mar, muy cerca de las faldas del volcán, los profesores viajan dos horas y media en camión y taxi colectivo; mientras que los alumnos caminan entre 30 y 60 minutos en medio de las montañas. Unos llegan con ganas de aprender a leer y escribir, y otros, con ganas de dar sus clases cinco días a la semana.
Roberto Tezoco, maestro de la escuela de Educación Indígena que pertenece a la zona escolar 836, del municipio de Mariano Escobedo, menciona que esa es la historia de 94 alumnos que viven en rancherías y congregaciones de la localidad, y comparten el mismo sueño: ir a la escuela para tener un mejor futuro. Y para conseguirlo están dispuestos a recorrer kilómetros a pie, solos, porque sus padres trabajan en el campo.
Los maestros en autobús, taxi colectivo y hasta en raid llegan a la escuela
Roberto, explica que vive en el municipio de Mariano Escobedo, otra compañera es de Ciudad Mendoza y para llegar a la escuela tiene que abordar un autobús y un taxi colectivo, y en el último tramo del trayecto él le da un raid para llegar hasta la escuela, en La Perla.
Otro profesor es de Rafael Delgado y hace casi dos horas desde su casa hasta la comunidad de Rancho Nuevo, pero antes, debe viajar en tres camiones de pasaje.
La hora de entrada es las 9 de la mañana y la salida a las 12:30 horas. “Siempre llegamos puntuales, 15 minutos antes para coordinar con las madres de familia el filtro sanitario y, si no pueden, lo hacemos nosotros con gusto. Llueva, truene, haga calor o intenso frío, siempre llegamos a la escuela a impartir clases. Los alumnos saben que su futuro depende de la educación y por eso se esfuerzan por no perderse ni una clase”, concluye.
Instalan filtro sanitario
Desde el 3 de enero, cuando comenzaron las clases presenciales, madres de familia y maestros se organizaron para instalar un filtro sanitario. Cuando puede, una mamá desinfecta, otra aplica gel y toma la temperatura a todos y cada uno de los pequeños.
Además, verifican que porten su cubrebocas para prevenir el contagio por Covid-19. Antes y después de las clases, apoyan en la limpieza del mobiliario y las aulas.
Recuerda que el año pasado las clases fueron de manera intermitente y como no hay internet tenían que llegar hasta la comunidad para distribuir el material, dejar tareas y estar en contacto con los niños y sus padres.
Relata que hay estudiantes que viven en la comunidad “El Minero”, ubicada a 3 kilómetros del plantel educativo. Ellos caminan esa distancia, solitos, 30 y hasta 60 minutos para llegar a la escuela. Son puntuales e independientes, porque trabajan en el campo, “sí les gusta participar y estudiar”, detalla.
Se quemó la casa, libros y cuadernos se convirtieron en ceniza
A pesar de estar lejos de la cabecera, no están exentos de los accidentes. “Apenas, a una ama de casa se le quemó la vivienda y con ella, también los libros y cuadernos de un alumno”, agrega.
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Luego de conocer la tragedia, hicieron “la vaquita” con el director, para comprar los útiles escolares al niño y motivarlo y siga estudiando.
No todos los alumnos asisten a la escuela
Señala que no todos los niños asisten porque apoyan a sus padres en las labores del campo. “Para sobrevivir talan un pino para hacer carbón, siembran papa, hortalizas, haba, y los alumnos recolectan leña para el fogón”, apunta.
Gabriel es un niño al que le cuesta trabajo aprender, porque su madre y padre no saben leer y escribir. Esa es una barrera que complica la enseñanza, aunada a la situación económica, que es precaria y les es difícil estudiar, pues a veces no llevan lápiz, cuadernos o mochila.