Reza el dicho popular: Desayuna como rey, come como príncipe y cena como mendigo. Y es que para estar saludables no basta con saber qué comer, además hay que saber a qué hora y dónde hacerlo.
Así nos lo explica la investigadora Elvira Morgado Viveros, doctora en Neuroetología y catedrática de la Universidad Veracruzana, quien señala que todos los seres vivos tenemos naturalmente un reloj interno que nos dice a qué hora del día estamos listos para comer y desarrollar mejor nuestras actividades; sin embargo, el ritmo de vida actual, acentuado por la pandemia, hace que desfasemos nuestros horarios de comida, actividad y sueño, lo que, de acuerdo con diversos estudios, está relacionado con el síndrome metabólico y obesidad; pero también con depresión, ansiedad e incluso problemas de fertilidad en las mujeres.
Tic tac, el reloj interno
Todos los organismos vivos tenemos relojes biológicos, nos dice Morgado Viveros, y son estas estructuras anatómicas cuya función es captar las señales ambientales dadoras de tiempo, procesarlas y enviar esa información al resto del organismo para que sepa qué hacer.
Las señales es todo aquello que nos indica cambios en el ambiente, si hay más o menos luz, temperatura, humedad, disposición de alimento, etcétera: “hay muchos cambios en el ambiente que ocurren con una periodicidad regular, es decir, que van a ocurrir casi todo los días a casi la misma hora; entonces, para poder preparar al organismo para estos cambios fue necesario desarrollar ésta función de poder medir el tiempo; entonces el cuerpo “sabe” qué hora es, si es de día o de noche, si la temperatura subió o bajó y éstas señales ambientales las incorpora y le ayudan a organizar su vida en función de estos cambios ambientales”.
Explica la investigadora que nuestro cuerpo está haciendo tic tac todo el tiempo y las señales ambientales sólo sirven para sincronizar ambas partes y distribuir así nuestras actividades a lo largo del día.
¿Por qué es importe que nuestro cuerpo mida el tiempo?, la catedrática de la UV indica que estos ritmos biológicos tienen la función de optimizar energía, es decir, que nuestro organismo no esté todo el día trabajando a su máxima expresión; sino que mientas unos están funcionando al 100 por ciento, otros están en reposo o con el mínimo movimiento, pero después, dependiendo del momento del día, los papeles se invertirán.
Agrega que, por ejemplo, al despertar, cuando iniciamos nuestras actividades, nuestro organismo tiene la mayor cantidad de lipasas disponibles, que es una enzima encargada de degradar a las grasas; después, a medida que avanza nuestra jornada, se liberan las amilasas, que es la enzima que degrada a los carbohidratos y luego vamos a tener a las proteasas que son las que degradan las proteínas.
Saber en qué momento cada parte de nuestro organismo trabaja es fundamental para alimentarse correctamente y que la energía sea mejor aprovechada y esto se logra teniendo un ritmo constante en nuestras actividades, es decir, despertar, comer y dormir a las mismas horas todos los días.
¿LA MODERNIDAD NOS ENFERMA?
Morgado Viveros advierte que la modernidad ha hecho que los seres humanos modifiquemos nuestros periodos de actividad, comida y descanso; por lo que trabajamos o entretenemos en horarios donde normalmente nuestro cuerpo tendría menos actividad o incluso estaría dormido.
La catedrática indica que desvelarse en los videojuegos, deslizando el móvil en una red social o viendo en la pantalla alguna serie hasta la madrugada son hábitos modernos que extienden el periodo de trabajo de nuestro organismo, que ahora tiene “que procesar mucha información visual al mismo tiempo y se vuelve algo muy intenso; la actividad neuronal se ve forzada a dobletear su trabajo, y por consiguiente necesitamos más metabolismo, consumir alimentos para tener esta energía disponible”.
Es decir, mientras “maratoneamos” nuestra serie favorita a medianoche solemos recurrir a la ingesta de comida para poder tener esa energía extra que nos haga procesar lo que nuestro cerebro está percibiendo; pero por la noche nuestro cuerpo ya no debería ingerir alimentos, por lo que no está preparado para degradar ni aprovechar lo que recibe, lo que terminará solamente acumulándose en nuestro cuerpo, en otras palabras, engordándonos.
Pero la doctora Morgado apunta a que esto también ocurre con personas que tienen empleos nocturnos o de turnos rotativos, como personal médico, de seguridad o de aeronáuticas, como las azafatas, quienes también ven alterado sus horarios de sueño e ingesta de alimentos. En estos casos se han hecho estudios para determinar cómo afecta a su salud, siendo principalmente el síndrome metabólico y la obesidad los saldos en contra. El síndrome metabólico se define como un conjunto de trastornos que aumentan el riesgo de padecer enfermedades cardíacas, diabetes o derrame cerebral.
“La humanidad está sometida a cambios importantes de ritmos de trabajo, de esparcimiento, de socialización y se empieza a ver una correlación entre este disturbio que tenemos en nuestras actividades y descansos y se le empieza a relacionar con la presencia de varias enfermedades de salud pública, como la obesidad, el síndrome metabólico; pero también con padecimientos de desorden mental como la ansiedad, la depresión; y se empieza a asociar con varios tipos de cáncer”, puntualiza la investigadora.
En laboratorio, utilizando un modelo animal, la investigadora se ha dedicado a recrear en ratas las condiciones de este tipo de personal con turno rotatorios de trabajo.
Morgado Viveros comparte que un primer grupo de ratas son alimentadas en distintos horarios, sin ninguna constante, con una dieta balanceada. En este grupo se pudo observar, por ejemplo, que las hembras dejan de ciclar, no ovulan y por tanto no están listan para recibir la cópula, además de que presentan signos de desesperanza, que es un primer eslabón de la depresión; agrega que en el caso de los machos estos sí copulan, pero llevados por la ansiedad, es decir, sin realizar ningún tipo de juego previo al coito.
Estos datos de su investigación, sin que sean para hacer una extrapolación literal de los casos en humanos, indica que sí sirven para aproximarse a una respuesta del por qué los trabajadores de turnos rotatorios o nocturnos reportan infertilidad, obesidad, depresión y ansiedad. Padecimientos que también se observan en la población que suele trasnocharse por entretenimiento de manera cotidiana.
¿LO SALUDABLE IGUAL ENGORDA?
Otro dato interesante de su investigación es que busca dar respuesta a si la calidad de los alimentos que se consumen está directamente relacionada con la obesidad o el síndrome metabólico, pues hay personas que refieren que pese a comer saludable suben de peso.
Al respecto Morgado Viveros señala que de nuevo ahí radica la importancia de seguir a nuestro reloj biológico, pues no solamente hay que dar importancia a lo que comemos, sino también a cómo, cuándo y dónde comemos.
“Hay personas que dicen comer lo que nutricionalmente podría no ser tan sano, es decir, que aunque reportan dietas altas en calorías, éstas personas las consumen a la misma hora en un ambiente que llamaríamos familiar, es decir, sentados en una mesa, con una disposición para ingerir alimentos, con esa consciencia de qué estamos comiendo; y lo hacen de todos los días a la misma hora, entonces aunque su dieta no sea tan adecuada, estas personas no tienen estos factores de riesgo para el síndrome metabólico; pero aquellas otras personas que reportan comer calóricamente muy sano, muy equilibrado y balanceado, pero comen en el transporte público, mientras van al trabajo, enfrente de la computadora, comen de paso sin el debido tiempo para esta asimilación de nutrientes; aunque tratan de comer muy sano, en realidad comen donde se puede y a la hora que se puede, entonces estas personas tienen factores fisiológicos que indican riesgo de enfermedades metabólicas mucho más elevados que los no comen a lo mejor tan sano, pero sí a la misma hora”, explica la académica.
Morgado indica que debe haber una conjunción entre lo que se come y a qué hora y en qué ambiente se come para tener una adecuada alimentación; por ello resalta que, si además de comer a cualquier hora y de manera apresurada no se cuida el valor nutricional, el riesgo de enfermedades se dispara.
Ante ello llama a rescatar el valor de la comida familiar, la tradicional mesa mexicana donde los integrantes de la familia se reunían a una misma hora con la disposición de no sólo deglutir, sino de alimentarse con tiempo y calidad.
Por tanto, para no privarnos de ese desayuno clásico de chilaquiles con cecina y café con pan, es necesario empezar nuestras actividades todos los días a la misma hora, para acostumbrar a nuestro organismo a estar listo para degradar, absorber y aprovechar lo que consumimos, cuidando, eso sí, que las porciones sean equilibradas y que la ingesta calórica vaya de más a menos a lo largo del día.
El secreto está, finaliza Morgado Viveros, en respetar a nuestro reloj biológico, disciplinarnos para dormir y descansar por las noches, comer en horarios establecidos y con tiempo suficiente para disfrutarlos; es decir, seguir un tic tac armonioso entre lo que pasa dentro de nuestro cuerpo y cómo nos desarrollamos en nuestro día a día.