RÍO BLANCO, Ver.- Los ojos de Celeste Pérez Padilla irradian fe y su sonrisa luz. Es originaria del municipio de Río Blanco y misionera de la Congregación de las Siervas de María Dolorosa de Chioggia, en Borundi, África, considerado como el país más pobre del mundo.
La de Celeste es una de las dos vocaciones que surgió de la Parroquia de nuestra Señora del Sagrado Corazón, de Vicente Guerrero; el otro es un hombre, igual misionero, que se volvió diocesano.
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Relata que, aunque proviene de una familia católica y su mamá era muy cercana a la Iglesia, ella no consideraba la posibilidad de convertirse en religiosa y, menos, en ser misionera.
Pero se presentó un momento y Dios le tomó cuando menos lo esperaba. “Ya había terminado la escuela cuando se presentó a mí y me fascinó”. Celeste tiene 42 años, más de 20 de ser religiosa y desde hace 13 años sirvo en un país de África central, Burundi.
Antes de África hizo su formación en México hasta el Noviciado. Hizo su primera profesión de fe, un servicio de 3 años y se fue a Italia otros 3 años para prepararse para la misión. “Me fui a fundar esta misión, la de las Siervas de María Dolorosa de Chioggia, fue de las primeras en Burundi. La misión es llegar a un país que no es el tuyo, a compartir tu fe con los que viven ahí y a vivir la vida que tiene la gente de ese lugar”.
Burundi, el país de las mil colinas
Platica que Burundi es uno de los países más pobres del mundo, es el país de las mil colinas, por eso su situación geográfica es difícil; pero es muy rico en agricultura y es lo que les ayuda mucho en el servicio que dan. “Estamos literalmente en una de sus colinas y damos un servicio de salud en un dispensario y en una escuela, trabajamos con jóvenes, adolescentes, niños, ancianos y enfermos que vamos a visitar”.
En la escuela atienden a 85 niños y en el verano acogen a 400 en un mes. Hacen actividades, catequesis, juegos; buscan inculcar valores humanos, cristianos a niños y jóvenes; la mayoría de la población, un 85%, es católica.
La Iglesia de Burundi es muy joven tiene 100 o 110 años, es muy ferviente, la gente está muy despierta en el aspecto religioso y la Iglesia Católica es mayoría en ese país. Hay muchas congregaciones internacionales, pero también locales. Es uno de los países donde nacen muchas vocaciones para la Iglesia católica, dice.
El Banco Mundial clasifica a Burundi desde hace 62 años como el país más pobre del mundo. Tiene una población de 12.5 millones de habitantes y se estima que el ingreso económico promedio es de 180 dólares estadounidenses al año. No hay tasa de desempleo, pero se estima que una de cada 3 personas no tiene trabajo y quienes sí lo tienen ganan 15 dólares mensuales con los que tienen que mantener a una familia de hasta ocho integrantes.
Similitudes y diferencias entre México y Burundi
Analiza las similitudes entre ese país y México dice que ambos son ricos en agricultura, la gente es buena, abierta, que acoge al prójimo con alegría; “la única diferencia que veo es la pobreza que los hace ser todavía mucho más sensibles a acoger más valores, a ser más sinceros, más abiertos, más naturales, espontáneos, alegres; la carencia de todo eso los hace mucho más fuertes. La abundancia nos hace débiles y nuestros patrones de vida son muy diferentes. Ellos, a pesar de sus carencias, resisten; nosotros, con nuestra abundancia somos mucho más frágiles a muchas cosas”, señala.
Al ser un país pobre, la población tiene muchas carencias y aunque llega mucha ayuda, ésta no siempre la reciben quienes más lo necesitan. Señala que hay formas de ayudarles, la primera sería hacer oración por ellos, “pero sobre todo imitar la manera de vivir en la sencillez, los valores que nos han enseñado y que han ido desapareciendo, en cómo ayudar al vecino, ver qué necesita el enfermo, ver esa realidad que es diferente a la nuestra, pero que nos puede enseñar mucho a vivir nuestra vida cotidiana en la sencillez y solidaridad”, resalta.
Trabajar con niños me ha hecho más sensible
El primer impacto que recibió al llegar a ese país de África fue ver a los niños que no tienen nada y son capaces de regalar una sonrisa, de ser felices y crear alegría sincera por estar juntos, compartiendo; cantan y bailan. Es una alegría regalada.
Otra experiencia que le marcó mucho fue el conflicto étnico entre ellos. Presentarse fue todo un reto. “Fuimos cuatro misioneras a fundar la misión, tres mexicanas y una italiana, ya entre nosotras había culturas y mentalidades diferentes, ya había un abismo; pero llegar a la misión y esforzarnos en dar ese testimonio de vida a la gente fue una experiencia bellísima. Cuando llegamos a Burundi fue intentar demostrar esa unidad y fraternidad, la gente lo vio y acogió”, apunta.
Visitó por unos días la casa paterna y se reunió con sus hermanos
Después de algunos años de no visitar la casa paterna e incluso no estar presente cuando fallecieron sus papás: Guillermina Padilla y Jesús Pérez, por estar en misión, la Hermana Celeste, quien es la menor de todos, pudo reunirse con sus cinco hermanos.
“Es una gracia que agradezco a Dios, fue momento de llorar juntos la pérdida de nuestros padres. El primer acto que hicimos fue ir al panteón, rezar el Rosario, llevarles flores”, dice.
Menciona que la vida es complicada y hay dificultades por dónde se le vea, pero eso hace madurar a las personas, si no las hubiera no se crecería en nada. “Mi hermana mayor me preguntó si al acercarse el final de mi vida regresaría, le dije que él sí que yo dije al Señor no tiene tiempo, ni fecha, ni años, ni lugar; yo di mi vida a Dios y Él tiene que disponer”.
Su sueño, si Dios le da salud, si mantiene la cabeza pegada al cuerpo (dice en tono de broma), y la misión en Burundi crece, es fundar otra congregación en otro lugar, para que el reino de Dios se extienda.
Después de vivir unos días de reencuentro con su familia, la Hermana Celeste retornó al país que desde hace 13 años se convirtió en su hogar, para continuar su misión.