/ jueves 26 de septiembre de 2024

Conoce la historia de Ofelia, ha trabajado por 17 años como vigilante en calles de Orizaba

Ofelia explica que empezó a conocer el trabajo de vigilancia gracias a su padre, quien también fue vigilante de las calles de Orizaba

Orizaba, Ver. – Cada vez más mujeres ocupan el espacio en labores que se creían solo para los hombres, ya sean por su rudeza o peligro.

Esta vez conoceremos la historia de Ofelia, mujer dedicada durante 17 años a cuidar los bienes aún a costa de su seguridad personal.

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“Empecé a la velada hace 17 años cuando acompañaba a mi padre don Simón a recorrer las calles de la ciudad, empezábamos a las once o doce de la noche y terminábamos a las 2 o 3 de la mañana del día siguiente”, nos cuenta con orgullo quien quizás la única mujer veladora en la ciudad.

Ofelia dice que era muy joven cuando un muchacho la pretendía, pero su padre se oponía por su mal aspecto y la falta de un trabajo.

“La gente le decía a mi papá que no era un buen hombre y que lo mejor era que lo alejara de mí, entonces en las noches me llevaba con él a velar y recorríamos kilómetros y kilómetros de calles en la ciudad, a veces a pie otras en bicicleta, pero era a diario”, dice nuestra narradora.

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“Así fue como mi padre sutilmente me alejó de aquel muchacho que me pretendía, llegábamos cansados a casa y lo único que queríamos era dormir, a veces había noches muy pesadas, otras frías, lluviosas y lo que menos quería era ver a alguien, trataba de recuperarme para la noche siguiente”, dice Ofelia.

Señala que hoy día la mayor parte de la ciudad cuenta con iluminación, pero hace varios años las calles aún podían ocultar algún suceso por la oscuridad que mostraban.

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“En una ocasión nos tocó andar por la colonia Tlachichilco, es una zona pegada al cerro y hacia el norte vas a dar a la cantera, no había mucha luz y la lámpara de mi papá era de pilas y empezaba a descargarse, caminábamos y por cada cuadra mi padre silbaba como de costumbre para anunciar nuestro avance o nuestra presencia”, dice Ofelia.

“Como a una cuadra nos salió algo extraño, yo me asuste mucho, mi padre me abrazó porque tampoco sabía que era, pero parecía un perro muy grande el cual al oír el silbato levantó la cabeza y nos miró, parece que tragaba pollos pero al vernos dio un salto y se fue hacia el monte”, recuerda.

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“Me empezó a doler la cabeza, mi padre se puso blanco y decidió que regresáramos a casa, esa noche y la siguiente no hicimos recorrido, dos días después agarramos nueva ruta”, expresa.

Y es que dice, a pesar del miedo y los malestares sentidos, no podían pasar mucho tiempo en casa.

“Mi padre tenía la idea de que si la gente no escuchaba el silbido del velador, cuando pasáramos a pedir la cooperación económica, no nos iban a dar y por ello pocas veces descansamos”, subraya.

Actualmente Ofelia recorre zonas más pobladas pero no menos peligrosas: “Ahora camino las calles sola, mi padre ya no está y finalmente empecé a vivir en pareja con un hombre, tengo un hijo y por él salgo a trabajar, ya no muy noche”, precisa.

¿Por qué ofelia ya no trabaja hasta altas horas de la madrugada?

Según la narradora, ha tenido que reducir horario y recorrido porque las calles ya no son seguras por tanta delincuencia, pero tiene que ganarse el pan de cada día aun a costa de su propia seguridad.

“He visto cosas que ya no recuerdo por mi propio bien, he redirigido mis recorridos y lo hago constantemente porque no quiero exponerme a nada”, dice con cierto miedo, pero señala con satisfacción que ha evitado robos a casas y vehículos que quedan estacionados en calle, al escuchar el pitido de su silbato.

Por ello pide la compresión de las personas a quienes pasa a solicitar su apoyo o colaboración, para que le brinden con gusto el recurso que le den y no se molesten al recibirla.

“Luego hay personas que nos ponen cara, piensa que no hago mi labor, pero no es así, a velar me enseñaron y eso hago, ténganlo por seguro”, termina.

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“Empecé a la velada hace 17 años cuando acompañaba a mi padre don Simón a recorrer las calles de la ciudad, empezábamos a las once o doce de la noche y terminábamos a las 2 o 3 de la mañana del día siguiente”, nos cuenta con orgullo quien quizás la única mujer veladora en la ciudad.

Ofelia dice que era muy joven cuando un muchacho la pretendía, pero su padre se oponía por su mal aspecto y la falta de un trabajo.

“La gente le decía a mi papá que no era un buen hombre y que lo mejor era que lo alejara de mí, entonces en las noches me llevaba con él a velar y recorríamos kilómetros y kilómetros de calles en la ciudad, a veces a pie otras en bicicleta, pero era a diario”, dice nuestra narradora.

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“Así fue como mi padre sutilmente me alejó de aquel muchacho que me pretendía, llegábamos cansados a casa y lo único que queríamos era dormir, a veces había noches muy pesadas, otras frías, lluviosas y lo que menos quería era ver a alguien, trataba de recuperarme para la noche siguiente”, dice Ofelia.

Señala que hoy día la mayor parte de la ciudad cuenta con iluminación, pero hace varios años las calles aún podían ocultar algún suceso por la oscuridad que mostraban.

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“En una ocasión nos tocó andar por la colonia Tlachichilco, es una zona pegada al cerro y hacia el norte vas a dar a la cantera, no había mucha luz y la lámpara de mi papá era de pilas y empezaba a descargarse, caminábamos y por cada cuadra mi padre silbaba como de costumbre para anunciar nuestro avance o nuestra presencia”, dice Ofelia.

“Como a una cuadra nos salió algo extraño, yo me asuste mucho, mi padre me abrazó porque tampoco sabía que era, pero parecía un perro muy grande el cual al oír el silbato levantó la cabeza y nos miró, parece que tragaba pollos pero al vernos dio un salto y se fue hacia el monte”, recuerda.

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“Me empezó a doler la cabeza, mi padre se puso blanco y decidió que regresáramos a casa, esa noche y la siguiente no hicimos recorrido, dos días después agarramos nueva ruta”, expresa.

Y es que dice, a pesar del miedo y los malestares sentidos, no podían pasar mucho tiempo en casa.

“Mi padre tenía la idea de que si la gente no escuchaba el silbido del velador, cuando pasáramos a pedir la cooperación económica, no nos iban a dar y por ello pocas veces descansamos”, subraya.

Actualmente Ofelia recorre zonas más pobladas pero no menos peligrosas: “Ahora camino las calles sola, mi padre ya no está y finalmente empecé a vivir en pareja con un hombre, tengo un hijo y por él salgo a trabajar, ya no muy noche”, precisa.

¿Por qué ofelia ya no trabaja hasta altas horas de la madrugada?

Según la narradora, ha tenido que reducir horario y recorrido porque las calles ya no son seguras por tanta delincuencia, pero tiene que ganarse el pan de cada día aun a costa de su propia seguridad.

“He visto cosas que ya no recuerdo por mi propio bien, he redirigido mis recorridos y lo hago constantemente porque no quiero exponerme a nada”, dice con cierto miedo, pero señala con satisfacción que ha evitado robos a casas y vehículos que quedan estacionados en calle, al escuchar el pitido de su silbato.

Por ello pide la compresión de las personas a quienes pasa a solicitar su apoyo o colaboración, para que le brinden con gusto el recurso que le den y no se molesten al recibirla.

“Luego hay personas que nos ponen cara, piensa que no hago mi labor, pero no es así, a velar me enseñaron y eso hago, ténganlo por seguro”, termina.

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