Orizaba, Ver.- A medio siglo de distancia, familias del valle de Orizaba aún recuerdan como una pesadilla el terremoto del 28 de agosto de 1973. Cuando la manecilla del reloj marcaba las 3:50 de la madrugada, el subsuelo comenzó a moverse fuertemente. Segundos después, la zona fabril se había paralizado: Ocurrió el terremoto más grande de su historia. Antes de que temblara, dicen que una luz roja pintó el cielo y se escucharon ruidos extraños.
Emilio Fernando González, a sus 65 años platica que tenía 13 cuando ocurrió el temblor. “Mis papás, Emilio y Amada descansaban en una recámara y, mis hermanos Paco y Sara, en otro cuarto".
“Había un silencio extraño. De pronto comenzó a moverse la tierra, crujían el techo y las paredes. Mi mamá gritaba con desesperación”, recuerda.
Agregó que su madre saltó de la cama y corrió a agarrar a sus hermanos pequeños y se metieron debajo de una mesa de fierro que su abuelo Fernando le regaló cuando se casó. Su papá lo abrazó y colocó debajo del marco de la puerta, hasta que terminó el sismo.
“Prendí un radio de pilas, pero no se escuchaba nada, hasta que agarró una estación de la Ciudad de México y escuchamos la noticia de que el Servicio Sismológico Nacional (SSN) dio a conocer un temblor de 7.3 grados y que duró casi 2 minutos”.
Señaló que el locutor narraba que había dejado a su paso, destrucción y luto entre las familias que fallecieron bajo los escombros. El terremoto de 1973 había causado la muerte de 539 personas, destruido iglesias, hospitales, escuelas y viviendas.
Las fábricas suspendieron la producción. Los obreros de las empresas textiles, papeleras y cerveceras abandonaron las fuentes de empleo para ir en busca de sus familias.
Orizaba, a oscuras y destruida
Orizaba y la región quedó a oscuras, sólo se escuchaba el ulular de las sirenas de ambulancias de la Cruz Roja. En el edificio de la Packard, de Oriente 6, se se desplomó cuando los inquilinos de los departamentos salieron al balcón para ver lo que había pasado y, ahí murieron algunos de ellos.
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Otras familias buscaban entre los escombros a sus familiares que quedaron atrapados en las construcciones que se desplomaron.
“Cada vez que llega este mes recuerdo aquella experiencia que marcó mi vida. Siento miedo de que se repita el terremoto. Cualquier movimiento cuando duermo me hace brincar, pero la vida sigue”, apunta.
Iglesias, edificios, viviendas y fábricas sufrieron daños en su infraestructura durante el terremoto del 28 de agosto de 1973. "Pero de entre las cenizas, como el ave fénix, el pueblo de Orizaba comenzó a levantarse para construir la gran ciudad que hoy disfruta", dijo.