Orizaba, Ver.- Desde muy temprano, el silencio sepulcral característico del camposanto fue desplazado por la algarabía, oraciones, los recuerdos, la música de tríos, mariachis y del bullicio de quienes llegaron a visitar a sus difuntos y convirtieron el panteón en una fiesta el Día de Muertos.
Familias inundaron el cementerio municipal “Juan de la Luz Enríquez” con flores, comida y utensilios de limpieza para quitar la maleza y el polvo de las tumbas de sus seres queridos.
Cada uno de los visitantes se encargó de arreglar el sepulcro donde reposa su familiar. Colocaron flores de colores y tradicional flor de cempaxúchitl, pintaron la cruz de fierro y cortaron el pasto para que luciera impecable.
El moco de pavo y el cempasúchil reinaban y sobresalían del resto de las flores: nardo, gladiolas, azucenas, claveles y rosas en los floreros de las tumbas, que, a recomendación del encargado del camposanto, deben tener tierra y no agua.
El incesante ir y venir de los orizabeños inundó las calles y avenidas del panteón, para convertirse en una verbena popular. Los músicos ofrecían las canciones que le gustaban en vida a los difuntos.
El frío gélido y unas gotitas de lluvia no impidieron que la gente cumpliera con el ritual ancestral de visitar a sus muertos, mientras los vendedores ambulantes en las puertas de acceso ofrecían comida, flores y cruces. Los panteoneros tuvieron poca chamba, pues las familias prefirieron limpiar las tumbas, porque dicen salía más barato.
El bullicio crecía con el correr de las horas, y había vendedores de todo tipo de productos, incluso una vendedora de globos de colores ofrecía su mercancía a los visitantes.
Los niños y niñas corrían entre los sepulcros, sus padres charlaban y recordaban a aquellos que se adelantaron en el camino. Las tumbas sirvieron de punto de encuentro de hermanos, tíos, sobrinos y primos que llegaron de fuera, a visitar a sus difuntos.
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A lo lejos, al pie de un sepulcro sonaban las guitarras, que acompañaba las voces de los músicos, que entonaban las canciones que le gustaban al difunto. Una pareja de abuelos, que llegó a visitar la tumba de su ser querido, platicaba a los más jóvenes de la familia: “Aunque nadie los ve, es seguro que nuestros difuntos regresan este Día de Muertos para convivir con los vivos”.