Orizaba, Ver.- El Pueblo Mágico está lleno de mitos y leyendas que las familias se han encargado de trasmitir de generación en generación. A más de un siglo de distancia, la leyenda de “La Niña y el Ángel” tiene dos capítulos en la historia, una, que murió durante un incendio y otra, la más acertada de descendientes de su familia radicada en Puebla, que dicen falleció de meningitis.
Cuentan los abuelos que en 1908 llegó a Orizaba una bella pareja con una pequeña hija de tan sólo dos años de edad, de nombre Ana María Dolores Segura y Couto, quién enfermó y finalmente expiró al caerse accidentalmente y fracturarse la cabeza.
Sus padres decidieron enterrarla en el camposanto “Juan de la Luz Enríquez”, pero ellos tenían que regresar a la Ciudad de México, por lo que, en una especie de homenaje pidieron al afamado escultor Runaldo Cuagnilli que le construyera un monumento a imagen y semejanza a su hija, en tamaño natural y hecho de mármol de Carrara.
El artista representó a la pequeña acostada en su cama, mientras un ángel la cuidaba. Los detalles fueron muy específicos, desde los pliegues de las sábanas, los adornos de la cama, las alas del ángel y hasta los ojos de Ana.
El protector de Ana por más de 100 años, día tras día, asume el papel de guardián de la niña, la protege de la luz del sol, la lluvia y cualquier cambio climático que se avecine, pues con vida propia se va girando o moviendo para que la pequeña no sufra ni frío, ni se moje, ni sufra calor.
La gente platica que, con el tiempo, sucedieron apariciones extrañas; los ojos de la niña se abren y siguen a quien llega a visitarla, la mirada se mueve hacia donde vayas, incluso adquiere un brillo sobrenatural que da miedo.
Relatan que, por la noche, la niña camina en medio de las tumbas en busca de sus padres y siempre la acompaña el ángel. Hay quien cuenta que la niña concede deseos a quienes la visitan y, cuando se cumplen, algún niño integrante de la familia debe ir a dejarle un juguete o una flor.
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La tumba de La Niña y el Ángel, siempre tiene rosas o claveles, aunque ya no tenga descendientes en Orizaba.
Pareciera que el tiempo se detuvo y que la pequeña Ana María viviera en el cementerio “Juan de la Luz Enríquez”, que el 1 de agosto de 1884 abrió sus puertas para servir como camposanto.
El panteón, ubicado en el oriente de la ciudad es visitado por cientos de turistas gracias a los hermosos mausoleos que alberga, vistiendo su extensión de un pacífico color blanco, de la que se cuentan leyendas y relatos sobrenaturales.